(Expansión) - Una palabra en inglés ha tomado vuelo en los últimos meses: nearshoring. El reacomodo geopolítico y comercial tras la pandemia puso al país de vuelta en el aparador de los destinos más atractivos para los grandes capitales y al coro que canta nearshoring lo han acompañado las percusiones de anuncios de inversión que parecen corroborar que, ahora sí, a diferencia de tantas veces en el pasado reciente, esta es la buena y el Mexican Moment es real.
La promesa del 'nearshoring'
Pero los datos son necios y no siempre bailan al ritmo que uno quiere. Es verdad que al cierre de 2022, de acuerdo con información del Banco de México (Banxico), la inversión extranjera directa (IED) en México sumó 36,215 millones de dólares, el monto más alto desde 2013. Sin embargo, de ese total, casi 7,000 millones corresponden a la fusión de Televisa con Univision y a la reestructuración de Aeroméxico, por lo que la cifra ajustada de la IED estaría un 7% por debajo de lo obtenido al cierre de 2021.
Luego está lo observado hasta el cierre del primer trimestre de este año. Según Banxico, se han registrado 18,635 mdd en IED, 18.2% menos que en el mismo periodo del año pasado. Cierto, falta incorporar, por ejemplo, los 5,000 millones de billetes verdes de la operación anunciada por Tesla, sin embargo, no es un ritmo de inversión que sostenga las porras a favor del nearshoring.
Otro punto es que, de acuerdo con el reporte ‘¿Cómo va el nearshoring?’, de BBVA, la mayoría de los anuncios hechos por empresas este año corresponden a reinversiones para ampliar o reestructurar operaciones existentes, no a plantas nuevas. Buena noticia, pero el Mexican Moment fue pintado en letras más doradas.
Una buena señal es que en algunas zonas del país, sobre todo, en la frontera norte, la ocupación de espacios industriales es casi total. En Tijuana, las vacantes están en 0.2% y en Ciudad Juárez, en 1.4%, según CBRE y BBVA. Las exportaciones manufactureras también han crecido por arriba del promedio de los últimos años, pero mucho de ello se debe a la recuperación tras la pandemia.
También está el factor del crimen como freno a la llegada de más inversiones. Las empresas no suelen hablar de ello públicamente, pero en privado tienen identificados los costos que la delincuencia les impone. Un representante comercial de una embajada europea en México advierte a las empresas de su país que buscan invertir aquí que deberán destinar entre el 3 y el 5% de sus utilidades en seguridad privada y otros gastos asociados a la salvaguarda de su operación. Aun así, el diplomático, con más de una década en México, afirma que el interés de las compañías extranjeras por aterrizar acá es real.
En privado, las empresas enlistan sus consternaciones: la inseguridad, en primer lugar de muchas, que las ha llevado a tener un registro claro de tramos específicos de carreteras (México-Puebla, Puebla-Minatitlán, Texcoco-Chalco, Apaseo el Grande-Irapuato, Uruapan-Lázaro Cárdenas) para subir las defensas. La inseguridad en el transporte, incluso, ha hecho que el precio de la tortilla le suba el costo hasta en 2 pesos por kilo a una de las empresas productoras más grandes de insumos para ese alimento y son los consumidores quienes pagan ese sobreprecio. Le siguen los retos energéticos, tanto por la falta de claridad en las reglas del juego como por la presión en el sistema. La elección presidencial adelantada es otro factor que pone en aprietos los cálculos de varios, lo mismo que acciones como la toma de tres tramos de Ferrosur por parte de la Marina.
La era del nearshoring, entonces, podrá traer inversiones y más crecimiento regional, pero los problemas que mantenemos sin resolver, constantes algunos desde hace tiempo, plantean la interrogante de si este momento es real y si no pudimos obtener mucho más, si esta pudo ser una gran obra o fue, otra vez, un canto de sirenas.
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Nota del editor: Gonzalo Soto es director editorial de Expansión. Síguelo en LinkedIn .
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