Sin embargo, ¿qué pasa cuando aparecen tecnologías de inteligencia artificial y de alta precisión, como es el caso del deepfake, que pueden poner todo esto en jaque en cuestión de segundos?
Fraude a la vista
Los deepfakes tienen la capacidad de crear videos y audios de la nada que asemejen personas interactuando, sin importar que están siendo modulados por algún tipo de computadora. Cada vez son más precisos y, por ello mismo, presentan oportunidades para que los estafadores roben dinero o datos sensibles. Paralelamente, bien podrían engañar a instituciones financieras que utilizan biométricos como proceso de autenticación.
Al final del día, los deepfakes analizan patrones de gestos, modulación de voz, etcétera, para posteriormente ser replicados. El producto de eso permite romper la mayoría de los candados actualmente existentes para autenticar una operación bancaria a distancia, la voz a través del teléfono o la lectura con prueba de vida con datos biométricos faciales. El fraude queda a la vista para la industria financiera en la medida que se generalice el uso de tecnologías deepfake.
Menos certeza
El principal dolor de cabeza de estas inteligencias artificiales es la creación de entornos de poca certeza. Por un lado, las instituciones financieras no pueden dar por válidos todos los procesos de autenticación que se usan hoy en día; por otro lado, al mismo tiempo se presta para que los usuarios duden de la información que les llega de manera digital de las instituciones financieras que les brindan servicios.
Todo esto puede llegar a darse en un contexto en el que, con frecuencia, una simple fotocopia de una identificación o un número de tarjeta de crédito en manos equivocadas produce problemas para todas las partes involucradas del ecosistema financiero. La irrupción del deepfake nada más abonará a esa jaqueca que es la ciberseguridad para el sector actualmente.