¿Andrés Manuel López Obrador buscará entrometerse en una decisión que compete, única y exclusivamente, a la comunidad universitaria de la Máxima Casa de Estudios? Esta pregunta, a raíz de lo que ha ocurrido en otras instituciones, resulta ociosa y chabacana. El Presidente de la República se ha pronunciado, incluso, por que el futuro Rector de la UNAM provenga del voto popular. Luego entonces cualquier barbaridad puede decirse y ocurrir en el desarrollo de esta historia.
El proceso de cambio de Rector para el periodo 2023-2027 recaerá en la Junta de Gobierno de la UNAM y, quien resulte electo, tendrá la posibilidad de reelegirse por otro periodo de cuatro años. Quien aspire a suceder a Enrique Graue tiene que ser mexicano de nacimiento, con una edad entre 35 y 70 años, ser catedrático de la UNAM por lo menos desde hace 10 años y gozar de buena reputación y honorabilidad.
De acuerdo con versiones periodísticas, entre los nombres que han sonado para suceder a Enrique Graue, se ubican: Imanol Ordorica, director general de Evaluación Institucional de la UNAM; Leonardo Lomelí, secretario general de la UNAM; Luis Álvarez Icaza Longoria, secretario administrativo de la UNAM, Mónica González, directora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, entre otras y otros.
Sin embargo, al margen de los nombres que surjan para ocupar la Rectoría, particularmente de aquellos que puedan ser vistos como cercanos al Presidente de la República, la suerte de la UNAM no depende de este proceso sucesorio por una simple y sencilla razón: la vida universitaria por sí misma no está sujeta a ningún capricho político.
La UNAM representa la columna vertebral de la educación del país por tres características fundamentales: la primera, significa que la educación superior de calidad es gratuita; la segunda, está relacionada con el permanente proceso de investigación que ejecuta y, la tercera, constituye el centro con la mayor cantidad de oferta educativa que hay en el país. Al mismo tiempo, Ciudad Universitaria fue declarada por la UNESCO en 2022 como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Además, el papel de la UNAM en la sociedad mexicana es muy vasto. Expone y genera cultura. Divulga ciencia y conocimiento. Promueve el deporte en todas sus disciplinas. Le da rienda suelta a las libertades, a la generación de ideas y al debate. Despierta la crítica, la reflexión y la propuesta. Está rompiendo con su centralismo, ya que cuenta con campus en muchos estados del país y con representaciones en Alemania, Francia, España y varias ciudades de Estados Unidos.
Sin embargo, el ‘sospechocismo’ se manifiesta ante el inminente proceso de renovación de la Rectoría. Al interior de la UNAM se tiene muy presente que el fantasma del intervencionismo político se pasea sin ninguna pena. En este momento no hay quien lo dude: Andrés Manuel López Obrador no cejará en su intento por influir en las personas afines a su causa, que operan dentro de los órganos de gobierno de la UNAM.
El Presidente de la República puede lograr su cometido y colocar a un aliado suyo en el cargo que hoy ocupa Enrique Graue. Dentro de la universidad se tiene identificada a la gente que está ligada con la autollamada Cuarta Transformación e, incluso, ya se tiene previsto el activismo que desplegarán los emisarios del gobierno incrustados en Ciudad Universitaria. El virus político existe dentro de la UNAM, pero se espera que el antídoto contra éste desbarate cualquier mala intención.