En 2008, el autor Martin Lindstrom llevó a cabo un estudio neurológico para correlacionar las afirmaciones conscientes con la actividad encefálica de más de 2,000 fumadores compulsivos. Uno de los principales retos era entender si las espantosas imágenes que presentan los cigarros en sus empaques tenían algún impacto. Los resultados fueron contundentes: el 90% de los voluntarios dijeron que las fotografías sí los incitaban a fumar menos; sin embargo, la resonancia magnética funcional (fMRI) mostró que con ellas en verdad se prendían las áreas del cerebro asociadas con el deseo (como el núcleo accumbens). Es decir, los terribles gráficos se habrían convertido en un ancla que activa inconscientemente el apetito por un cigarro.
Lo anterior podría parecer sumamente contraintuitivo, pero el Homo sapiens demuestra decisivamente en su actuar que las emociones (manifiestas en sentimientos) son mucho más influyentes que la razón en la inmensa mayoría de sus decisiones. La confusión se da porque la mente nos presenta la ilusión de control racional y requiere un esfuerzo adicional para vislumbrar la profundidad de los fenómenos cognitivos.
Esto significa que lo que creemos y decimos que haremos tiene un margen de error grande.
Los políticos contemporáneos parecen ejercer una carrera entera en el arte de mentir porque se ha vuelto un requisito para conquistar la voluntad de las masas. Ser fiel a la verdad implica estar dispuestos a cambiar nuestros discursos y sistemas de creencias y abrazar la complejidad fuera de una retórica simplista, polarizante y repetitiva, lo cual es incompatible con un mensaje masivo convincente. Pero, ¿cómo podemos exigir a nuestros líderes congruencia si nosotros mismos no la valoramos y, peor aún, no la tenemos? He ahí la raíz del conflicto. Desafortunadamente, actuar en consistencia con lo que deseamos y pensamos es un ejercicio cada vez menos común.
En el siglo XXI, los empresarios, científicos, filósofos, consumidores e individuos tenemos la responsabilidad de ver más allá de la obsesión por placeres inmediatos y comprender lo que sucede biológicamente con respecto a nuestras decisiones y acciones. De lo contrario, estaremos condenados a la ignorancia y autodestrucción.