(Expansión) - La sociedad postmoderna nos impulsa a formarnos, a desarrollar habilidades y acumular experiencias enriquecedoras de nuestro conocimiento. Esta constante búsqueda de conocimiento nos diferencia, al menos por ahora, tanto de los animales como de las Inteligencias Artificiales (IA). Sin embargo, estas últimas, a pesar de su capacidad para procesar y recolectar datos, carecen de una comprensión profunda y consciente del mundo. La inteligencia humana, por otro lado, se ve enriquecida por el uso de heurísticas, esos atajos cognitivos que nos permiten tomar decisiones rápidas y efectivas, mezclando experiencia e intuición, aspectos aún no replicables por la IA.
Conocimiento: paradoja y maldición
La relación del ser humano con el conocimiento es complicada y se refleja perfectamente en el mito de Prometeo. En esta antiguo mito griego, el titán Prometeo desafía a Zeus al robar el fuego - un poderoso símbolo de conocimiento y razón - y entregarlo a los humanos. Este acto, aunque trae un castigo eterno para Prometeo, también revela una realidad más compleja, ya que yo argumentaría que los humanos también enfrentan repercusiones como parte del obsequio recibido. Ligado a nuestra capacidad de conocer, hay dos defectos que afectan profundamente la condición humana: la paradoja y la maldición del conocimiento.
Ambos conceptos son sencillos de explicar y los vivimos día a día. La paradoja del conocimiento se refiere a la noción de que a medida que adquirimos y ampliamos nuestro conocimiento, nos volvemos más conscientes de la vastedad de lo que aún desconocemos, así como de nuestras propias limitaciones. Esta creciente toma de conciencia puede generar en algunos individuos una sensación de ansiedad, insatisfacción o inseguridad, similar a la que experimenta Fausto en la obra de Goethe. En otros puede causar un estado de indecisión o inacción de duración indefinida mientras esperan una respuesta.
Por otro lado, la maldición del conocimiento representa un desafío comunicativo significativo para los expertos, quienes a menudo luchan por transmitir su conocimiento a aquellos que no comparten su nivel de conocimiento. Manteniendo las analogías literarias, este fenómeno es ilustrado de manera perfecta en la ficción por el personaje de Sherlock Holmes, cuya mente brillante a menudo resulta incomprensible para aquellos que no comparten su nivel de entendimiento. Un ejemplo más cotidiano es el profesor que, a pesar de ser un experto en su área, no sabe comunicar bien ese conocimiento, ya que da por sentado ciertos conceptos o datos que le resultan evidentes. El resultado es una comunicación ineficaz y la incapacidad de transmitir de manera efectiva ideas valiosas o soluciones a problemas, complicando el trabajo en equipo y la enseñanza.
Trasladando estas reflexiones al entorno laboral, la maldición del conocimiento puede representar un obstáculo considerable, por ejemplo, para un profesional en ventas. Al poseer un entendimiento detallado y técnico de su producto, puede encontrarse incapaz de comunicar sus beneficios de manera simple y comprensible para los clientes. Un ejecutivo podría asumir erróneamente que los clientes poseen el mismo nivel de entendimiento, lo cual puede alejar a los clientes, ya que esta mala comunicación es percibida como mal servicio. En cuanto a la paradoja del conocimiento, un profesional puede desarrollar una visión sesgada que subestima la importancia de habilidades complementarias o áreas de conocimiento fuera de su especialización y puede conducir a una falta de reconocimiento de oportunidades de crecimiento o a un sentimiento de insatisfacción laboral a pesar de sus habilidades altamente especializadas.
En última instancia, el reto es encontrar un equilibrio adecuado para ambos defectos. Por un lado, debemos equilibrar la maldición del conocimiento, esforzándonos por hacer que nuestro entendimiento especializado sea accesible y comprensible para los demás. Por otro lado, necesitamos gestionar la paradoja del conocimiento, manteniendo una mente abierta y curiosa ante la vastedad de lo que aún no sabemos sin que nos genere parálisis o insatisfacción. Este doble equilibrio no solo es crucial para mejorar la interacción con los clientes y el trabajo en equipo, sino que también es fundamental para fomentar un ambiente de aprendizaje continuo, y de crecimiento personal y profesional. Al enfrentar estos, las empresas y profesionales pueden construir una cultura laboral más dinámica, resiliente y enriquecedora.
En un mundo donde la Inteligencia Artificial avanza rápidamente, no olvidemos que aún mantenemos una ventaja competitiva sobre estas tecnologías. Sí, las IA podrán llegar a reemplazar ciertos trabajos o funciones que actualmente realizamos los humanos, pero a su vez se crearán nuevos empleos y roles para adaptarse a estas innovaciones. Al final del día, incluso si las IA llegan a conocer como lo hacemos nosotros, contamos con milenios de experiencia en manejar los retos y complejidades que conlleva el conocimiento, y es experiencia indispensable en esta nueva era de las IA.
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Nota del editor: Alfredo Careaga es egresado de Actuaría y Dirección Financiera del Instituto Tecnológico Autónomo de México y cuenta un MBA de IESE Business School. Tiene amplia experiencia en el sector asegurador y reaseguro, trabajando en México, Estados Unidos y Reino Unido. Es un apasionado del futbol americano y la música. Actualmente se desempeña como director comercial de THB México. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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