Dichos condicionamientos podemos diferenciarlos con base en su origen (etiología) y los patrones conductuales que promueven de la siguiente forma:
Condicionamientos genéticos
Se trata de motivadores innatos que se determinan por medio de la selección natural con base en aquello que ha representado ventajas de supervivencia en el mapa evolutivo. Nuestro código genético no solo especifica cómo nos vemos o conformamos sino también cómo tendemos a actuar (instintos). Por ejemplo, todos los Homo sapiens buscamos ser escuchados; a nadie le produce una sensación agradable ser ignorado o censurado; se trata de uno de muchos impulsos definidos filogenéticamente.
Condicionamientos neurofisiológicos
Cuando reconocemos que las emociones son estados físicos del cuerpo, se revela la forma en que estamos programados los seres humanos para reaccionar frente a diversos estímulos. Los sentimientos, siendo la interpretación mental de dichos movimientos fisiológicos, exponen el carácter deseable o no de los estímulos. Por ejemplo, ¿qué te dicen tus emociones sobre comerte o no ese pastel de chocolate que tienes en frente? Seguramente, que te lo comas porque te hará sentir placer. Ese es un condicionamiento emocional-sintiente (neurofisiológico).
Condicionamientos psicológicos
Los fenómenos psicológicos integran cómo recopilamos, procesamos y retenemos la información que percibimos a través de nuestra experiencia. Uno de los atributos de dichos sistemas es la facultad racional, nuestra capacidad de detectar causas-efectos y argumentar de forma lógica. Otro, aún más potente, es la creatividad, nuestra habilidad de crear pensamientos de pensamientos que impactan dentro y fuera de la mente para modelar el futuro.
Condicionamientos biofísicos
En un plano más penetrante, podemos identificar tendencias biofísicas que nos unen con el inicio de la vida, del cual nos hemos derivado. Una clara manifestación de lo anterior es nuestro anhelo por proteger el planeta o el miedo por la extinción total.
Con base en estas categorías, podemos plantear un ejercicio biointeligente. Por ejemplo, con dichas consideraciones, podemos definir con mucha mayor probabilidad de acierto qué tendríamos que hacer para vender algo, alcanzar nuestros objetivos personales, crear movilizaciones masivas, motivar equipos, o hasta proteger la vida en el planeta.
Por ejemplo, supongamos que soy un emprendedor y pretendo comercializar productos o servicios. Entonces, debo de convencer, a nivel consciente e inconsciente, que mi oferta cubrirá necesidades genéticas, neurofisiológicas, psicológicas y biofísicas. En otras palabras, que cumplirá impulsos que te harán sentir bien. De esta forma, conectará con deseos biológicos, lo cual deriva en la percepción de valor que finalmente lleva a una persona a pagar por algo.