Nada burbujeante, y sin duda menos visible y jocosa que Sofía, la semana pasada también sufrí un fraude financiero. Las circunstancias concretas de mi caso son relevantes para este texto en la medida en que puedan ayudar a otras víctimas. Recibí una llamada de alguien que se hizo pasar por un ejecutivo de prevención de fraudes de mi banco. Al momento que quise mandarlos al diablo por interrumpirme, me dijeron que el motivo de su llamada era reportar un cargo “sospechoso” en mi tarjeta de crédito, de ahí me dieron un número de “folio” y me comunicaron con una tal “Montserrat” dotada de una lengua punzocortante y viperina. En menos de un minuto, me dijo que era innecesario que yo le diera información sobre mis cuentas porque ella las tenía a la mano. Y sí, la estafadora sabía todo de mí. Tanto así que logró vaciar mi cuenta casi por completo.
Por supuesto, estoy en curso de interponer una queja más, de las decenas de miles, en Condusef. Y, como conozco al dedillo los argumentos del banco, no he perdido toda esperanza de recuperar lo mía. Me dirán:
“Usted aportó voluntariamente datos que permitieron el fraude”. ¿Perdón? Sufrí un acto extorsivo debido al pésimo resguardo de mis datos personales por la institución financiera la cual es responsable de que terceras personas hagan mal uso de ella. Sería interesante conocer cuánto invierte el banco en sistemas de protección de los datos de sus clientes. Imagino que es poco porque muy rara vez restituyen el patrimonio robado. Su negligencia corre por cuenta de los usuarios.
“Le hemos advertido que no tome llamadas del banco”. Sí y no. En el caso de donde tengo mi cuenta, te advierten que no contestes al número X, pero no dicen que no respondas a número alguno porque eso les impediría las llamadas donde sí te molestan a cualquier hora en el intento de venta de servicios diversos. Por otra parte, es falso que los bancos extremen medidas para informar a sus usuarios de la altísima incidencia de fraudes telefónicos. Un correo aquí, un mensaje allá, eso es todo. Los bancos deberían invertir seriamente en alertar a sus clientes de la gravedad de la incidencia delictiva. ¿Lo hacen? No. ¿La razón? El daño corre a cuenta del cliente.
“Nunca debe brindar información personal a nadie”. En mi caso, al llegar a la sucursal bancaria, la persona en la recepción del banco te pide tu número de cliente para darte un turno. Eso se hace en un área abierta, donde circulan cualquier número de personas. ¿Por qué mejor no invitar al cliente por sí mismo a digitar su número? A menos de que no lo conozca, o no tenga manos, podría hacerlo. Si bien el número de cliente es insuficiente para consumar el fraude, por ahí se puede iniciar el vaciado de la cuenta.
Por último, una pregunta válida concierne a los filtros que se usan para contratar cajeros o ejecutivos de cuenta. Según la OCC mundial, un ejecutivo promedio gana entre 18,000 y 25,000 pesos mensuales, lo cual no es proporcional a su grado y magnitud de responsabilidad del manejo de las cuentas de los clientes. En un país como el nuestro, un salario adicional por parte de la delincuencia organizada, podría ser una adición muy atractiva a sus ingresos. Y como los bancos no hacen el mínimo esfuerzo por investigar a su personal, en un evento fraudulento, todos los incentivos están ahí para que personal de medio pelo saque las garras para despelucar a quien, haciendo el uso de la coacción más artera, se deje.