Ese estado que suele ser pasajero y que provoca impulsos de excitación nerviosa, gravita en las empresas estadounidenses con operaciones en México. Si bien no se trata de una sensación generalizada, la coyuntura nacional que ha dado paso a la llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República ha motivado esta intranquilidad, lo que ha provocado que algunas matrices hayan decidido suspender, y algunas hasta cancelar, sus inversiones en el país, hasta en tanto no cuenten con señales claras en torno del calibre de las primeras políticas del nuevo gobierno.
Así, al margen de las buenas utilidades que han obtenido en los últimos años, buena parte de las empresas que han contribuido a que Estados Unidos se convierta en el primer socio comercial de México, hoy, se mantienen en vilo por el panorama que se está construyendo en México, pero, también, dicho estado de ánimo está registrando nuevos índices de alteración por los vientos que soplan del norte, que pronostican escenarios de alto impacto para las inversiones.
Las elecciones que están por celebrarse en Estados Unidos están provocando inquietud en las empresas estadounidenses basadas en México, sobre todo, porque después de éstas vendrá una serie ajustes que, para bien o para mal, impactará inevitablemente en la relación comercial entre ambos países.
Contexto
Buena parte de lo que ha generado durante las últimas décadas el boom de producción en México es su evidente cercanía con Estados Unidos, lo que ha permitido a las empresas de aquel país reducir sus costos y gozar de buenos márgenes de utilidad. Otro gran incentivo es el costo de la mano de obra mexicana que es infinitamente menor que el chino, por solo citar un caso. En contraste, los elementos que restan competitividad a México son el costo de la energía y la inseguridad, principalmente. Evidentemente, el T-MEC ha permitido la generación de márgenes adicionales muy claros con tarifas o aranceles tasa cero para el libre flujo de bienes y servicios en toda la región norteamericana.
Hasta aquí, la ecuación, si bien no ha sido perfecta, ha permitido que las economías de Estados Unidos y de México estén atornilladas entre sí. Pero el panorama empieza a complicarse cuando se asoma un líder con aspiraciones presidenciales en Estados Unidos que, abiertamente, advierte que las inversiones de las empresas deben consolidarse en casa y, de no hacerlo, habría que atenerse a las consecuencias.
De esta manera, ante una eventual Presidencia bajo las órdenes de Donald Trump, uno de los posibles escenarios en torno de la agenda México-Estados Unidos, sería el siguiente: los corporativos estadounidenses asentados en territorio mexicano mantendrían en duda sus expansiones y, quizá algunos, reinvertirían sus utilidades aquí, pero muchos otros las trasladarían a su casa matriz; es decir, esto no significaría un problema para las empresas estadounidenses, pero sí para México pues comprometería sus estimaciones de crecimiento de producción.
Si este mal augurio se materializara, las cifras históricas de inversión extranjera directa en México registrarían una contracción en los próximos años. Al tiempo.
Lo que es un hecho es que, gane quien gane las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el flujo comercial con México tendrá sus ajustes. Con sus matices, Kamala Harris y Donald Trump coinciden en que es necesario producir más y generar más empleos en Estados Unidos, así como consumir más bienes y servicios de casa.
El factor China será otro elemento que, sí o sí, impactará en la relación comercial. Para los bandos demócrata y republicano no hay duda: China es el enemigo a vencer. México tendrá que asumir una posición clara en cuanto a su relación con China y el involucramiento de componentes chinos en las exportaciones mexicanas. Es cuestión de tiempo. Sea quien sea el sucesor de Joe Biden, la postura estadounidense es tajante: ‘estás conmigo o asumes las consecuencias’.