El verdadero desafío de la educación radica en colocar al estudiante en el centro del proceso formativo. Con esta premisa, podemos aprovechar todas las herramientas tecnológicas disponibles –y las que vendrán– para proporcionar una educación personalizada que responda a las realidades, necesidades, tiempos, preferencias y recursos específicos de cada individuo. Este enfoque debe promover una relación horizontal entre educadores y estudiantes, basada en el diálogo y el pensamiento crítico.
Una responsabilidad crucial de las universidades es asegurar que sus estudiantes adquieran empleos alineados con su propósito de vida. Estudiar sin perspectiva de empleabilidad no tiene sentido. Por ello, es imperativo reformar los modelos educativos para que se adapten tanto a los propósitos individuales de cada estudiante como a las demandas dinámicas del mercado laboral, influenciadas no sólo por los avances tecnológicos, sino también por los cambios en los hábitos de las personas. Además, es fundamental fomentar la concientización: la capacidad de reconocer y actuar sobre las estructuras de opresión que limitan el desarrollo personal y colectivo.
“Si las personas siguen siendo dinosaurios en el mercado laboral, se extinguirán como las criaturas prehistóricas”, alertan los autores del estudio The Future of Jobs in 2024 and Beyond de Nexford University. Según este reporte, el 44% de las habilidades laborales se verán afectadas en los próximos 5 años, y 6 de cada 10 empleados necesitarán capacitación antes de 2027.
El temor no es el mejor consejero. Como señaló Gilbert Fossoun Houngbo, director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “el impacto de la IA no será ‘un apocalipsis del empleo’, pero la recapacitación, el desarrollo de habilidades y el aprendizaje permanente serán esenciales para gestionar la transición”.
Una educación universitaria de calidad debe proporcionar no sólo empleos dignos, sino también una conexión profunda con el propósito de vida de los individuos, garantizando que egresen seres humanos plenos y con un bienestar integral. Sólo así las universidades podrán ser pilares fundamentales en la formación de los seres humanos que este mundo necesita, contribuyendo a la construcción de una sociedad mejor y un planeta más justo.
La barrera de la inequidad digital
Una de las principales barreras para alcanzar una educación de calidad accesible para todos y todas es la inequidad digital, es decir, la disparidad en el acceso a internet y herramientas tecnológicas. No es un problema menor cuando más de 25 millones de personas en México carecen de conexión a internet, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías en los Hogares (ENDUTIH), realizada por el Instituto Federal de Telecomunicaciones.
Ante un contexto donde todo el conocimiento está disponible y cualquier IA puede proporcionar información, otro reto para la educación superior es el desarrollo de habilidades humanas esenciales para la vida. Una educación problematizadora, que transforme a los estudiantes en agentes activos de su propio aprendizaje, es clave en este sentido.
En un mundo cada vez más complejo e incierto, habilidades como la resolución de problemas, la toma de decisiones éticas, la resiliencia, el trabajo en equipo, la comunicación efectiva, la agilidad en el aprendizaje y el pensamiento crítico son indispensables. En resumen, aprender a aprender: desarrollar la capacidad de discernir qué vale la pena aprender y cómo hacerlo de manera eficaz.