Hace unos años, un amigo empresario me dijo muy seguro de sí mismo: “Ya tengo bien definido a mi cliente ideal”. Le pregunté quién era y me lanzó una descripción casi sacada de un manual de marketing: una persona de cierta edad, con determinado nivel de ingresos, intereses específicos y hábitos de consumo predecibles. “Eso suena más a un personaje de ficción que a un cliente”, le respondí incrédulo.
¿El cliente ideal existe?

Definir a tu cliente ideal es como tratar de atrapar humo: lo ves, crees que lo tienes, pero se escurre entre los dedos. Hoy los consumidores cambian de gustos más rápido que las tendencias en redes sociales, aferrarse a un perfil es un error de principiante.
Obsesión y error costoso
Las empresas llevan años intentando crear el molde a la medida de su cliente soñado. Le dan hasta un nombre ficticio. El problema con esta obsesión es que nos deja ciegos ante la realidad del mercado. Porque no existe un solo tipo de cliente, hay muchos. Y lo peor que podemos hacer es ignorar a aquellos que no encajan en nuestro perfil inventado.
Pensemos en Netflix. En sus inicios, su cliente era alguien interesado en el streaming como alternativa del videoclub. ¿Y qué pasó? Se dieron cuenta de que su verdadero mercado era mucho más amplio: desde niños que querían caricaturas hasta adultos en busca de películas de acción. Adaptaron su estrategia, diversificaron su catálogo y se convirtieron en un gigante del entretenimiento.
También están las compañías que se aferran a una idea fija y terminan perdiendo oportunidades. Este fue el caso de Kodak, que se quedó con la expectativa de que las personas siempre querrían fotos impresas. Ignoraron la revolución digital y se quedaron atrás.
Mi punto es que no hay un solo cliente perfecto. Hay un montón de clientes con necesidades, dolores y deseos diferentes. Y si no los escuchamos, nos convertimos en la empresa que vende lo que le gustaría vender, en lugar de lo que realmente necesita el mercado.
Adaptarnos al cambio
Si queremos vender más, fidelizar clientes y hacer crecer nuestro negocio, necesitamos dejar de lado la idea del cliente ideal y enfocarnos en entender a quienes realmente nos compran. ¿Cómo? Aquí algunas claves:
- Escucha antes de hablar: En lugar de asumir lo que quiere el cliente, pregúntale. Las encuestas, reseñas y comentarios en redes sociales son oro puro para entender qué está buscando la gente.
- Los datos no mienten: Deja que las métricas hablen. ¿Quién está comprando? ¿Qué productos son los más vendidos? A veces, los clientes reales son muy diferentes a lo que imaginamos.
- Sé flexible: Si ves que la demanda cambia, haz lo mismo. No te cases con una sola estrategia de ventas.
- Experimenta. No tengas miedo de probar cosas nuevas. A lo mejor descubres que hay un mercado inesperado que está interesado en tu producto.
- La personalización es esencial. En lugar de tratar a todos como si fueran iguales, crea experiencias adaptadas a diferentes tipos de clientes.
Lealtad más allá de las ventas
En las ventas, como en la vida, hay una verdad que todos conocemos pero que pocos realmente asumimos con la profundidad necesaria: no todo va a salir siempre bien. Habrá momentos de éxito, sí, pero también tropiezos, malentendidos y decisiones difíciles. Y es precisamente ahí, en las situaciones incómodas, donde se pone a prueba lo más valioso de cualquier relación comercial: la lealtad, la honorabilidad y la confianza.
Construir una relación sólida con un cliente no es solo entregar resultados cuando todo va bien. Es estar presentes cuando hay piedras en el camino, cuando hay que responder por lo que no salió como se esperaba y tener la capacidad y la voluntad de corregir el rumbo. La lealtad no es una moneda de cambio inmediata, sino una apuesta a largo plazo.
No se trata de prometer perfección. Se trata de estar ahí, hombro a hombro, en lo bueno y en lo no tan bueno. Porque en un mercado que se mueve cada vez más rápido, donde los vínculos tienden a ser fugaces, la confianza y la lealtad siguen siendo los pilares más firmes para cualquier empresa que quiera trascender.
Al final del día, no se trata solo de vender, sino de ser recordados por cómo acompañamos. Y eso, cuando se hace bien, es lo que realmente marca la diferencia.
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Nota del editor: Luis Menéndez es CEO en The International Business Hub. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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