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El plan de paz de Trump para Gaza

Washington vuelve a presentarse como un árbitro indispensable y a reafirmar su poder e influencia en el tablero geopolítico global cada vez más fragmentado.
mié 15 octubre 2025 06:02 AM
U.S. President Donald Trump returns to Washington
Trump refuerza su identidad como pacificador y defensor del poder duro en las relaciones internacionales, a través de una realpolitik pragmática y transaccional basada en el intercambio de beneficios y resultados inmediatos, apunta Rina Mussali. (Foto: Elizabeth Frantz/Reuters. )

Donald Trump dio un golpe de timón y alteró el curso de la guerra en Gaza. Su plan de 20 puntos y la implementación exitosa de una primera fase del cese al fuego han permitido la liberación de 20 rehenes israelíes vivos y los 28 muertos en el transcurso de los próximos días, a cambio de la liberación de casi 2000 prisioneros palestinos que proyectan a Trump como el principal artífice de un nuevo intento de paz en Medio Oriente.

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Washington vuelve así a presentarse como un árbitro indispensable y a reafirmar su poder e influencia en el tablero geopolítico global cada vez más fragmentado. Efectivamente, el poder sirve para eso, para transformar realidades pese al cúmulo de resistencias y Trump logró su cometido con este primer paso.

Trump jugó con las cartas que oferta la guerra híbrida y la presión combinada. Proyecta su arco de poder, lo exterioriza, pero también lo encarna: lo ejerce, lo domina y comprende su propósito. En su papel como líder de la primera potencia mundial, utiliza el poder para imponer una arquitectura geopolítica alineada a los propios intereses de Estados Unidos. Este ejercicio de poder será un componente central de su legado de cara a las elecciones intermedias de 2026 y las presidenciales de 2028.

De esta manera, Trump refuerza así su identidad como pacificador y defensor del poder duro en las relaciones internacionales, a través de una realpolitik pragmática y transaccional basada en el intercambio de beneficios y resultados inmediatos. Trump no concibe la política exterior desde la cooperación multilateral tradicional, sino desde una lógica de intereses y rendición de frutos.

En este caso emblemático, la reivindicación de la fuerza fue el insumo clave para su plan de 20 puntos, que no llegaron por moralidad o civilidad, sino por la presión política y militar como mecanismo para obtener una negociación ad hoc a sus intereses.

Ahora viene lo tupido y difícil: hacer que el plan sea sostenible en el tiempo y perdure pese a la prevalencia de ciertas reservas entre Israel y Hamás, aun cuando el plan omite la situación de Cisjordania. Los puntos contenciosos son: el desarme de Hamás, el repliegue parcial de las tropas de Israel, la gobernanza política de Gaza sin Hamás y sin la Autoridad Nacional Palestina (ANP), la reconstrucción económica de la Franja y el arduo camino para revisitar el paradigma de los dos estados para los dos pueblos, pese a los fracasos de los Acuerdos de Oslo (1993) y de la oferta tan amplia que hiciera el exprimer ministro israelí Ehud Olmert (2006-2008) y que dos décadas después recobra fuerza con un renovado impulso dentro del plan trumpista.

Este punto de inflexión no es el final de camino, es tan sólo el primer paso para dibujar una especie de tranquilidad y estabilidad en la región. Más allá de las reservas, este plan se asienta como la base de las presentes y futuras negociaciones y en los consensos que ha construido la comunidad internacional: Israel no puede anexar ni reocupar Gaza, Hamás no puede gobernarla y tiene que ser desmilitarizada, se debe garantizar el ingreso de ayuda humanitaria y enfilar el camino hacia la creación de un Estado Palestino, hoy reconocido por 157 países del mundo incluidos todos los miembros del G7, G20 y del Consejo de Seguridad con excepción de Italia y Estados Unidos.

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Seguramente surgirán nuevas capas del conflicto. La verificación, monitoreo e implementación de los acuerdos se convierte en otro elemento crucial, a propósito de evitar los ciclos de violencia entre dos pueblos que deben estar llamados a la coexistencia, pese a las diferencias históricas, políticas, ideológicas, culturales y religiosas.

En el fondo, el plan de Trump no sólo busca pacificar Gaza, sino encarrilar los Acuerdos de Abraham y reposicionar a Estados Unidos como actor indispensable y a él mismo como el líder capaz de hacer lo que otros no pudieron.

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Nota del editor: Rina Mussali es analista internacional y miembro del Comexi. Síguela en X como @RinaMussali . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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