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El día que un oso de vidrio nos explicó cómo consumimos

En un mercado tan saturado de mensajes, hoy gana quien logra producir conversación, aunque el origen sea tan pequeño como una taza adorable.
jue 25 diciembre 2025 07:01 AM
El día que un oso de vidrio nos explicó cómo consumimos
El fenómeno del “objeto aspiracional limitado” se ha convertido en un código cultural global. Cada lanzamiento funciona casi como el estreno de una serie: expectativa, preventas, agotado en horas, reventa y un torrente de contenido en redes, apunta Hugo Cabrera. (iStock)

Hay imágenes que definen un momento cultural mejor que cualquier estadística. Basta una fila interminable antes del amanecer para entender hacia dónde se mueve el consumo. A principios de diciembre, miles de personas esperaron horas —algunas incluso acamparon— no para comprar café, sino para conseguir un vaso en forma de oso. No era una necesidad, ni siquiera una compra racional, era la emoción colectiva materializada en un objeto de vidrio.

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No es la primera vez que algo así ocurre, pero sí es de esas escenas que revelan con nitidez cómo se articula el deseo, la pertenencia y el marketing. El fenómeno del “objeto aspiracional limitado” se ha convertido en un código cultural global. Cada lanzamiento funciona casi como el estreno de una serie: expectativa, preventas, agotado en horas, reventa y un torrente de contenido en redes. Todo esto para algo que, en esencia, tiene la misma función que cualquier vaso.

Pero ahí está justo la clave: la función dejó de ser lo importante.

En neuromarketing se habla de un fenómeno simple y contundente: ganará siempre el producto que provoca la reacción emocional más intensa. A veces es nostalgia, ternura, o un ritual colectivo. En este caso fue un oso que apelaba a una emoción universal: la del objeto adorable que deseamos tener antes que los demás. Esa emoción, cuando se combina con escasez, se vuelve prácticamente imbatible.

Lo interesante es que este tipo de lanzamientos ya no viven aislados en la lógica de una marca. Se convierten en un punto de conversación que otras empresas aprovechan. Aerolíneas, marcas de lácteos y tiendas independientes lanzaron sus propias versiones del “oso cute”, y el algoritmo hizo el resto. En un mercado tan saturado de mensajes, hoy gana quien logra producir conversación, aunque el origen sea tan pequeño como una taza adorable.

En este punto entra un tema central por discutir: ¿qué dice de nosotros que un producto así genere más movilización que muchos temas urgentes? No lo planteo en tono moralizante, sino como signo cultural. Las marcas están entendiendo algo que quizá como consumidores no hemos terminado de aceptar: en un mundo hiperestimulado, la emoción es el único atajo que capta nuestra atención.

Además, con esta lectura viene otra, más incómoda: ¿qué tan sostenible es este modelo? Durante años hemos aplaudido el uso de termos reutilizables como alternativa a los desechables. En teoría, un acierto para el planeta. Pero cuando la producción se vuelve masiva y constante, y lo coleccionable se convierte en sustituto del desecho, el impacto ambiental sigue ahí, pero disfrazado de objeto “bonito”.

La fabricación de un vaso de acero o vidrio implica extracción de materiales, energía, transporte, logística. Si cada lanzamiento crea una nueva ola de demanda alimentada por coleccionismo, moda y escasez programada nos encontramos ante un consumismo exacerbado con implicaciones socioambientales.

No se trata de culpar a quien hace fila por un oso. Todos, en alguna medida, formamos parte del ecosistema emocional del consumo. Tampoco se trata de cuestionar la creatividad de las marcas: el marketing aspiracional funciona porque conecta con algo profundamente humano. El crecimiento en bienes de consumo está migrando a portafolios más flexibles, precios emocionalmente inteligentes y productos que activan conversación inmediata. En ese terreno, los objetos virales tienen una ventaja gigantesca.

Pero si queremos hablar de futuro (consumidores y sociedades) considero que debemos hacer una pregunta honesta: ¿Qué lugar queremos que ocupen estos objetos en nuestra cultura? Pues si los productos limitados se vuelven los nuevos desechables premium, estamos creando la versión “cute” de un problema ambiental ya existente: atrapados en un ciclo emocionalmente rentable, pero ecológicamente insostenible.

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Tal vez no tenga una respuesta, pero sí una convicción: necesitamos desarrollar un músculo crítico frente a estas olas. No para dejar de disfrutarlas, sino para disfrutarlas con conciencia. Reconocer por qué nos atraen, qué despiertan en nosotros y qué implicaciones tienen estos rituales.

El oso de vidrio no es el villano, sino un espejo que nos muestra cómo consumo, identidad, pertenencia y nostalgia conviven en un mismo momento. En esa respuesta personal y colectiva está la verdadera conversación que vale la pena tener.

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Nota del editor: Hugo Cabrera es director ejecutivo Creativo de Cheil México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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