La industria global del marketing con influencers, que mueve más de 21,000 millones de dólares anuales, según datos de Marketing Hub, depende de la percepción de autenticidad para justificar sus tarifas. Según estimaciones de esta consultora, un 37% de las marcas redujo su inversión en campañas tras detectar deepfakes o suplantaciones.
La amenaza no es solo reputacional, pues cada vez que un usuario descubre que ha sido engañado por un rostro que parecía real, se erosiona la credibilidad colectiva del formato.
En América Latina, donde el influencer marketing crece a doble dígito, el impacto es particularmente sensible. Los influencers constituyen la base de la pirámide de esta industria, generando microcampañas de bajo costo, pero alto retorno.
Sin embargo, el riesgo de clonación de imagen está volviendo más costosa la verificación, desplazando la inversión hacia figuras con mayor respaldo técnico o corporativo.
“El problema deja de ser individual y se convierte en un tema de ecosistema”, apunta López.
A la par del fraude, emergen plataformas que prometen crear versiones digitales de los creadores para “multiplicar su productividad” o mantener su presencia constante en redes, incluso sin que estén frente a la cámara.
El modelo suena eficiente, pero esconde un riesgo contractual. “Lo mejor es leer la letra chica. Dependiendo de los términos y condiciones, la imagen de la persona que publica el contenido pasa a ser propiedad de la compañía, y esta no se hace responsable si surgen perjuicios”, advirtió López.
Esto significa que un influencer puede terminar cediendo su rostro y su voz a perpetuidad, sin control sobre su uso. En algunos casos, las empresas que ofrecen este servicio revenden los avatares a terceros o los incorporan a bancos de datos que alimentan futuras simulaciones, por ello la importancia de revisar bien los contratos que se signan.
Las plataformas sociales no son ajenas al dilema. La verificación de identidad ha perdido efectividad en un entorno donde lo visual y lo auditivo ya no bastan para distinguir lo real de lo fabricado, y aunque mantienen el recurso de la denuncia, mucho de este contenido, con solo unas horas o días en redes, erosiona la credibilidad de los influencers.
La respuesta institucional viene desde Europa, con el AI Act y las normas de transparencia digital que obligarán a incluir marcas de agua como contenido sintético. Empresas como OpenAI y Runway ya incorporan señales invisibles en sus generadores de video. Pero López prevé que pronto aparecerán herramientas capaces de borrarlas, abriendo un nuevo ciclo de persecución tecnológica.