Cuando el concepto de la conducción autónoma comenzaba a resonar hace una década, una de las grandes promesas en torno a ello era que las computadoras y algoritmos serían capaces de disminuir los accidentes de tránsito: una buena noticia para un país como México, en donde año con año mueren en promedio 16,000 personas por este tipo de percances.
Pero la utopía se desdibuja en las grandes metrópolis de mercados emergentes, como la Ciudad de México, en donde la infraestructura vial es deficiente. Un vehículo autónomo difícilmente podría transitar sin líneas pintadas en el pavimento, con semáforos descompuestos y sin una red 5G ampliamente desplegada que facilite la conexión entre los vehículos, la infraestructura y las personas.
Arturo Cervantes, presidente de la Alianza Nacional por la Seguridad Vial, vislumbra que la irrupción de la conducción autónoma tomará alrededor de dos décadas. “Los vehículos autónomos son una realidad innegable, pero quizás estamos a 15 o 20 años de verlos realmente usados de manera común en nuestras ciudades. En México vamos más atrasados que los países Europeos, pero hacia allá vamos”, argumenta en una conferencia de prensa a petición de Expansión.