Amante de los textos de Franz Kafka y Alberto Camus, Bini asegura que está desesperado porque aún no sabe las razones por las que está detenido. Sin embargo, expresa empatía por sus compañeros privados de libertad. No son criminales peligrosos, dice; son, sí, hombres que no pueden pagar la fianza o la pensión alimenticia. Según sus cuentas, hay más de 90 personas, distribuidas en 17 celdas. En realidad, el pabellón donde se encuentra es, sobre todo, para detenidos que están de paso.
“Mi situación es extraña. Me siento solo, pese a estar rodeado de gente. Al principio dormía en el piso, sobre un cartón, para evitar el frío del cemento. Pero está bien”, dice.
Bini comparte la lógica presidiaria: quien más tiempo ha pasado tras las rejas, más acceso a privilegios tendrá. Entre ellos, la posibilidad de dormir sobre una cama.
Lee: Suecia reabre el caso de violación contra Julian Assange
“Hay siete u ocho personas en mi cuarto, pero cada celda está pensada para una persona, mide dos por dos”, dice, mientras levanta el brazo derecho. Su piel blanca contrasta con el color oscuro de los tatuajes.
“Solo hay luz en el corredor, tenemos cuatro baños y solo dos funcionan. No hay agua limpia ni caliente”, comenta. Las primeras semanas estuvo enfermo, porque le costó acostumbrarse a las condiciones de la prisión y al hecho de compartir el baño con tantos internos.