La estrategia de Ginsburg era usar los fallos contra la segregación racial para mostrar que la jurisprudencia ya establecía que todas las personas deben tener los mismos derechos bajo la ley, un principio recogido en la Constitución de Estados Unidos, pero que entonces no se aplicaba a las mujeres.
En vez de apostar por un cambio radical, Ginsburg fue cosechando pequeñas victorias que creaban un precedente jurídico y sobre las que se basaba para, paso a paso, desmontar el sistema que permitía la discriminación.
Además, Ginsburg llegó a entender que parte de su misión era "educar" a la mayoría de hombres blancos que ocupaban el Tribunal Supremo y que creían que no había ningún error en su visión del mundo.
"En esos días, me veía a mí misma como una profesora de infantil porque los jueces no creían que la discriminación de género existiera", recordaba sonriente en un documental sobre su vida estrenado en 2018.
Fue en 1975 cuando Ginsburg hizo ver a los magistrados que la discriminación de género era un problema de fondo que perjudicaba por igual a hombres y mujeres. Lo hizo a partir del caso de Stephen Wiesenfeld, un hombre al que el gobierno negó una ayuda económica de viudedad porque estaba reservada para mujeres.
Ginsburg consiguió que los jueces fallaran unánimemente a su favor y, poco después, el Tribunal Supremo accedió a revisar si, durante siglos, había actuado con un sesgo machista.