Illa conoce bien los entresijos de la política catalana: ha sido presidente de su municipio La Roca del Vallès (un pueblo de Barcelona) y dirigente del Partido Socialista en Cataluña hasta enero de 2020, cuando el presidente español Pedro Sánchez lo nombró ministro de Sanidad.
Su gestión del COVID-19 ha sido duramente criticada. España, el noveno país con más infectados (2.3 millones) y el décimo con más fallecidos (53,769) del mundo, está sumergida en una tercera ola tras las fiestas decembrinas. Como resultado de las reuniones familiares, los nuevos casos diarios se han disparado y rondan los 40,000 diarios desde el 15 de enero, un 275% más que los 10,654 del 22 de diciembre.
Pero ser, junto con Fernando Simón, la cara más visible del gobierno durante la pandemia ha disparado su popularidad hasta convertirse en el segundo miembro más valorado del gabinete de Sánchez, según un sondeo publicado en octubre por la entidad pública Centro de Investigaciones Sociológicas.
Es un caso similar al de Hugo López-Gatell —el subsecretario de Salud mexicano que ahora suena como posible candidato presidencial de Morena, el partido oficialista, en 2024— ocho meses de centenares de ruedas de prensa han servido a Illa y López-Gatell para acumular capital político a pesar de las críticas. Illa dimitió el lunes 26 de enero para centrarse en las elecciones.
#QuéPasóCon la pandemia al inicio del 2021?
Abierto al diálogo
Illa es un socialista abierto al diálogo, pero crítico con los independentistas. Esa capacidad de negociación quedó patente en enero 2020, cuando formó parte del equipo del Partido Socialista que selló un acuerdo con el partido independentista catalán ERC para que Sánchez fuera presidente de España. Mediante ese acuerdo, ERC aceptaba abstenerse en una votación en el Congreso y el Partido Socialista se comprometía a crear una mesa de diálogo para solucionar el conflicto catalán.