Manrique explica que “hay un profundo desencanto de la ciudadanía con la institucionalidad y una pérdida de confianza en la fuerza pública”, y pone acento en lo ocurrido en la cárcel El Litoral de Guayaquil, en julio de este año. Ahí en un enfrentamiento entre bandas rivales, 31 presos fueron asesinados, muchos de ellos descuartizados o quemados. “Es conocido por el gobierno que esta cárcel está segmentada al antojo de organizaciones criminales, que la han convertido en su centro de operaciones para dirigir sicariatos y extorsiones”, dice Manrique.
¿Qué explica que Ecuador haya dejado de ser un país relativamente tranquilo y se haya convertido en sinónimo de violencia? La disputa de un territorio clave para bandas criminales transnacionales dedicadas al tráfico de drogas es una explicación, pero no la única.
Para María Fernanda Noboa, doctora experta en seguridad, defensa y estudios estratégicos, la influencia de las bandas no habría calado tan hondo sin las condiciones socioeconómicas que hay en Ecuador.
“Hay factores exógenos (como la llegada de bandas organizadas desde el extranjero) y endógenos. Entre los endógenos está el desarrollo desigual y la incapacidad del Estado por dar solución a problemas como la pobreza”.
Según Noboa, a esto se suman fallas en el sistema de inteligencia. “En Ecuador se disputa la ruta de salida de las drogas, pero el narcotráfico no es el único problema. Hay 10 tipos de mercados ilegales, entre ellos la trata de personas, el tráfico de armas, la tala ilegal, la extorsión y el sicariato. Esto facilita la articulación de ecosistemas criminales, por lo que es un error pensar que el único problema que hay que exorcizar es el narcotráfico”, sostiene.