Es así como se ha generado en México “el perfil del delincuente” cuando se le pregunta a una persona de manera aleatoria cómo es un individuo que ha cometido un acto delictivo. Casi de forma inmediata brindará información física referente a la tez, complexión y otros elementos que se han fijado en la mente de los mexicanos como un estereotipo.
Y la verdad es que sí existe un perfil, pero no es físico, sino más bien social, se trata de personas que crecieron en contextos en los que el delito es un estilo de vida, una decisión derivada de la normalización de la violencia que además es resultado del abandono que, como sociedad y gobierno, hemos dado a ciertos sectores, donde la falta de oportunidades y la violencia es su realidad y por eso pueden ser más propensos a actividades nocivas.
La realidad de las personas que se encuentran en conflicto con la ley y privadas de la libertad no sólo demuestra la ausencia de políticas sociales y un sistema de justicia que no cuenta con una normatividad óptima, sino también de un régimen penitenciario injusto al que se suma la prisión social que viven las personas por no cumplir su rol como ciudadano.