No sólo con protestas violentas en Medio Oriente que han obligado a renunciar a los primeros ministros de Líbano e Irak, sino también el desafío que llega a América Latina con brotes de inestabilidad política y protestas sociales en Perú, Ecuador, Chile, Colombia y hasta la llegada de Evo Morales a México, tras su dimisión como presidente por el conflicto post electoral en Bolivia.
La periodista sudanesa Yousra Elbagir ha contabilizado 46 protestas en distintos países del mundo en los primeros 10 meses transcurridos del 2019, un fenómeno vinculado a un coctel de factores relacionados con una mayor conciencia política, expectativas sociales crecientes y el enojo por la caída del poder adquisitivo.
¿Será el descontento social una divisa para oxigenar la democracia? Todo indica que la energía en las calles podría canalizarse positivamente hacia el diálogo, la generación de consensos sobre políticas públicas y mayor participación colectiva, inclusive el estado de ánimo actual pudiera empoderar nuevos bríos para desmontar gobiernos corruptos, cerrados y poco transparentes.
Sin embargo la falta de líderes visibles puede ensombrecer el proceso, tal y como lo atestiguamos en la primavera árabe, el movimiento de libertades que pudo derrocar las autocracias en Egipto, Libia y Túnez, cambios de gobierno en Jordania y Omán, pero que terminó ensangrentada en Yemen y Siria.
En épocas de la IV revolución industrial, el activismo político global está aparejado a las sociedades interactivas, hiperconectadas y demandantes de mejores condiciones de vida que utilizan el poder de convocatoria de la tecnología para organizarse horizontal y colectivamente expresando un sentimiento anti statu-quo.
La ola de rabia con la “política y los políticos de siempre” se amplifica gracias a la era de la información digital, pues diversos cálculos señalan que más de la mitad de la población del planeta -4,000 millones de personas- están conectadas a internet-.