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Un momento de guerras irrestrictas y multivectoriales

En épocas de la IV revolución industrial, el activismo político global está aparejado a las sociedades interactivas, hiperconectadas y demandantes de mejores condiciones de vida, opina Rina Mussali.
vie 22 noviembre 2019 09:00 AM

(Expansión) – El mundo está en llamas por la ola de protestas sociales y los tirones geopolíticos globales. Estamos atestiguando un momento de guerras irrestrictas y multivectoriales: guerras de mercados, guerras tecnológicas, guerras en el ciberespacio, choques de poderes, y pugnas por las ideologías políticas encontradas.

Desde Beirut, pasando por Barcelona y Hong Kong y hasta llegar a Santiago de Chile, la convulsión se deja sentir un frenesí político y social que algunos cientistas políticos y sociales han llamado la “segunda edición de la primavera árabe”.

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No sólo con protestas violentas en Medio Oriente que han obligado a renunciar a los primeros ministros de Líbano e Irak, sino también el desafío que llega a América Latina con brotes de inestabilidad política y protestas sociales en Perú, Ecuador, Chile, Colombia y hasta la llegada de Evo Morales a México, tras su dimisión como presidente por el conflicto post electoral en Bolivia.

La periodista sudanesa Yousra Elbagir ha contabilizado 46 protestas en distintos países del mundo en los primeros 10 meses transcurridos del 2019, un fenómeno vinculado a un coctel de factores relacionados con una mayor conciencia política, expectativas sociales crecientes y el enojo por la caída del poder adquisitivo.

¿Será el descontento social una divisa para oxigenar la democracia? Todo indica que la energía en las calles podría canalizarse positivamente hacia el diálogo, la generación de consensos sobre políticas públicas y mayor participación colectiva, inclusive el estado de ánimo actual pudiera empoderar nuevos bríos para desmontar gobiernos corruptos, cerrados y poco transparentes.

Sin embargo la falta de líderes visibles puede ensombrecer el proceso, tal y como lo atestiguamos en la primavera árabe, el movimiento de libertades que pudo derrocar las autocracias en Egipto, Libia y Túnez, cambios de gobierno en Jordania y Omán, pero que terminó ensangrentada en Yemen y Siria.

En épocas de la IV revolución industrial, el activismo político global está aparejado a las sociedades interactivas, hiperconectadas y demandantes de mejores condiciones de vida que utilizan el poder de convocatoria de la tecnología para organizarse horizontal y colectivamente expresando un sentimiento anti statu-quo.

La ola de rabia con la “política y los políticos de siempre” se amplifica gracias a la era de la información digital, pues diversos cálculos señalan que más de la mitad de la población del planeta -4,000 millones de personas- están conectadas a internet-.

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Se trata de un poder clave que utilizan las masas agraviadas y enojadas con la globalización asimétrica y dispar para demandar espacios de cabida que les concedan voz y representación en aras de transfigurar las reglas establecidas.

En América Latina, la ráfaga del malestar no se puede comprender sin la caída de la bonanza económica sustentada en los altos precios internacionales de las materias primas y el grito por el desnivel en la distribución de la riqueza.

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Pese a que existen chispas o disparadores disímiles de las protestas sociales en la región, estos dos vectores calan el malestar de las clases medias abrumadas en la región más desigual del mundo.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) recortó el crecimiento global del 2019, pronosticando que las economías latinoamericanas y caribeñas solo crecerán el 0.2%, el peor desempeño de cualquier región del mundo, una explicación anclada al estancamiento económico en México y las caídas de Venezuela y Argentina.

Pese a que Brasil ha salido de una prolongada recesión, Colombia, Perú y muchas otras economías también muestran contrariedades para enfilarse hacia crecimientos sostenidos y más ambiciosos.

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El desmayo económico y el alto costo de vida le han dado voz al malestar de los marginados y agraviados. El pacto de Ecuador con el FMI y el dictado de reducir el gasto social junto con el aumento a 30 pesos del costo del boleto del metro en Chile ponen en evidencia la vulnerabilidad de las clases medias que hoy demandan un nuevo reacomodo en el reparto de la riqueza.

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Durante la última década, la clase media se duplicó en América Latina alcanzando 186 millones de personas, según lo establece un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Todas estas personas que han escalado socialmente y superado el agobio de la subsistencia demandan mayor espacios de atención médica, educativa y redes de seguridad e infraestructura.

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En momentos de efervescencia política y ebullición social por doquier nos tenemos que hacer preguntas díficiles y de mayor espectro. ¿Qué tanta relación hay entre los puntales de inestabilidad política global con la crisis de liderazgo estadounidense bajo la figura Trump? ¿El actual despertar global puede esquivar la relación con la alianza angloamericana Trump-Johnson interesada en desfundar los pilares del orden liberal internacional que se construyeron como producto del fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿Los temblores políticos y nativos pueden desestimarse del ascenso de China como poder hegemónico y el declive de las potencias euroatlánticas?

Precisamente, estos movimientos tectónicos y geopolíticos están generado una sensación de miedo, inseguridad e incertidumbre, el espacio perfecto para empoderar los autoritarismos, engrandecer a los bad hombres y desgranar la democracia liberal fundamentada en el sistema de pesos y contrapesos.

Nota del editor: Rina Mussali es analista internacional y conductora de Vértice Internacional en el Canal del Congreso. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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