Además de ser el título de una película magistral de Darren Aronofsky y protagonizada por Natalie Portman en 2010, el cisne negro ha sido desde tiempos de Aristóteles (pasando por Karl Popper) un sinónimo de rareza, construido sobre el entendido de que todos los cisnes son blancos.
Es algo así como un trébol de cuatro hojas, un unicornio o un elefante rosa, con la diferencia de que el cisne negro no es metáfora de nada lindo, sino del shock, el caos y la perturbación extrema.
El significado fatal del cisne negro quedó sellado con la publicación de un libro homónimo de Nassim Nicholas Taleb en 2007. En él, este teórico del riesgo y analista financiero usa esta figura para describir eventos extremos que cumplen tres condiciones: llegan por sorpresa, tienen un efecto extremo y sólo son entendidos (simplonamente) después de que han pasado.
El propósito del cisne negro es visibilizar fenómenos que, aunque muy improbables, ocurren y son catastróficos. Un ejemplo de esto, según el mismo Taleb, fueron los ataques del 9/11 en Estados Unidos.
Entonces el cisne verde, según la definición de Bolton, Despres y Pereira Da Silva para el BPI, es el equivalente del cisne negro ante los riesgos derivados del cambio climático, en particular los riesgos financieros que podrían ser mitigados o evitados mediante la acción coordinada de los bancos centrales, gobiernos e inversionistas privados. Sin embargo, como suele ocurrir con los términos pegajosos, su significado se empieza a desviar de su sentido original a medida que se populariza.