Para los habitantes de las grandes metrópolis, que trabajan en oficinas, queda claro que ahorrarse tiempos, costos y riesgos de los traslados representa un beneficio personal que permite lograr los mismos resultados que antes y además genera mejoras en la calidad de vida y en el medio ambiente.
Es inevitable cuestionarse si vale la pena usar el transporte público o un auto por una o más horas diarias, para llegar a una oficina, trabajar, regresar al tráfico y volver a casa en la noche, cuando muchas de esas actividades pueden hacerse sin necesidad de trasladarse. Por otro lado, las empresas se están dando cuenta que pagar por espacios de oficina para sus empleados no sólo es caro e ineficiente, sino innecesario.
En lo individual, por ejemplo, un empleado de oficina antes dedicaba una porción de su gasto a mantener un auto y a comer fuera de casa; ahora, una parte importante la dedicará a pagar un celular, los servicios de comunicación como Zoom o Webex o, los servicios a domicilio como Uber Eats o Cornershop y el entretenimiento como Netflix.
Cuando ese caso individual es multiplicado por millones, la transferencia de recursos de las industrias tradicionales a las nuevas es monumental. Con base en datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del 4º Trimestre de 2019, al menos 10.5 millones de personas en México trabajan en oficinas y potencialmente podrían trabajar, al menos parcialmente, a distancia.
A nivel macro, las industrias que dominaron la escena económica en el siglo XX como la automotriz, petrolera, de transporte, inmobiliaria de oficinas y otras que sirven y abastecen a las personas mientras están fuera de casa como la hotelera y restaurantera, tendrán un fuerte impacto, sufrirán procesos de consolidación y ajustarán sus dimensiones a una nueva realidad que ya no girará en torno al paradigma de “reunir diariamente a los empleados o a los clientes bajo un mismo techo”.