Ocultar el origen de la riqueza en México es muy común y varios son los argumentos, respetables, que lo justifican. La inseguridad, el interés por el bajo perfil, el derecho a la privacidad. Pero también hay quienes, bajo esos criterios, se escudan para no rendir cuentas de fortunas basadas en el influyentismo y la corrupción. Nadie podría estar en contra de preservar la integridad de las personas, pero todos -creo- pugnamos por tener toda la información posible para resolver asuntos de interés público.
Este artículo provocará incomodidad, pero los invito a considerar que el análisis de la riqueza en México puede realizarse desde diversos enfoques y eso obliga a no caer en generalizaciones, en absolutos, por lo que estamos frente a una enorme realidad con una enorme diversidad de percepciones. Sin embargo, en lo que debemos coincidir es que la concentración de la riqueza, que a su vez concentra poder, en un mundo tan desigual, es un tema que está en el centro de la discusión de estos tiempos.
No puede estudiarse la riqueza con la cabeza caliente, cuando es vista como objeto del deseo o de condena, sospechando sobre su origen o escondiéndola cuando no hay necesidad de ello, mucho menos atizando la polarización. ¿Qué opinión tiene usted de la riqueza? Hay quienes la consideran un acto ejemplar. Otros la envidian y piensan que fue producto de una complicidad no legal entre lo político y lo privado. Muchos expresan admiración y fascinación por conocer qué hay al interior de esas mansiones o casas frente a la playa. Varios, en cambio, condenan esa exhibición de privilegios...
Bajo todas esas miradas y entornos se presentó la propuesta del presidente de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, quien -más allá de la pésima narrativa que manejó- puso en el reflector el tema que permanecía debajo de la alfombra, pero que no debemos ocultar: cómo incrementar la capacidad del Estado para construir un estado de bienestar, que permita buscar el origen de la riqueza y que ésta sirva para construir más riqueza, pero sobre todo para distribuirla mejor.
Dejando la estridencia atrás, no es mala idea medir las diferencias y como sociedad debemos tomarnos muy en serio la política pública para medir la riqueza. El problema, siguiendo a un clásico, son los “moditos”, ya que conocer el origen de las fortunas bajo los términos planteados se percibe como un acto punitivo, vengativo, de castigo a los ricos por ser ricos. Y así el planteamiento es malo.
Sin duda, la reacción que provocó la idea de medir las grandes fortunas en México fue iracunda. En el pedir está el dar y el tono no podía recibir una respuesta elegante, pero también es cierto que demostró la intención de no hablar del elefante en el cuarto. También, resulta ingenuo pensar que alguien en Palacio Nacional no tuviera interés en calibrar las reacciones que una idea de esta magnitud podía provocar. ¿Pudo ser Ramírez Cuéllar solo un mensajero?