Capitalismo post COVID-19 y cambio climático

El COVID-19 podría ser el punto de inflexión porque sus dolorosas lecciones pueden agilizar un cambio de mentalidad que ya estaba en fermento, opina Rodrigo Villar.

(Expansión) – Agradezco mucho a Expansión la oportunidad de hablar sobre inversión de impacto, de la cual no conozco una definición más exacta que hacer buen negocio haciendo el bien o la apuesta por el “corazón invisible del mercado”: retorno financiero + impacto social/ambiental. Es la gran ola de oportunidades de inversión para la era post COVID-19, entre otras razones, por el otro gran desafío de nuestro tiempo: el cambio climático. Más aún, porque América Latina, y en particular México, van tarde, incluso con riesgos de ir en reversa en algunos aspectos.

Y eso justo cuando la locomotora toma fuerza. Solo en Estados Unidos, de 2018 a 2019, el número de fondos ESG pasó de 81 a 564. Únicamente contando fondos mutuales abiertos y ETFs (negociados en bolsa) que, además de la ganancia, consideran criterios de responsabilidad ambiental, social y de gobernanza: 21,000 millones de dólares adicionales en un año, para acumular 933,000 millones en activos (uso la cuenta larga en todas las cifras).

A comienzos de año, la siempre esperada carta anual de Larry Fink, CEO de BlackRock, la mayor administradora de capital en el mundo (más de 7 millones de millones de dólares) causó revuelo por un compromiso con la inversión sustentable que difícilmente puede ser tachado de simple retórica o greenwashing: el anuncio de que el factor ambiental será central en su política de evaluación de riesgos y composición de portafolios, lo que en principio supondría salir de posiciones con alta huella de carbono.

En ese contexto, no puede sorprender que, por los mismos días, un sondeo de Morgan Stanley mostrara que 85% de los inversionistas en Estados Unidos está interesado en la inversión sustentable, y 95% en el caso de los millennials. Tampoco la multiplicación de apps de inversión para confeccionar carteras temáticas a la medida en función de causas, lo mismo energías renovables que inclusión de género. Una dinámica donde empatan el desarrollo fintech y la preferencia de las nuevas generaciones por la inversión de impacto (no sólo métricas de responsabilidad como las ESG, sino de contribución proactiva en objetivos sociales y ambientales).

Si a todo eso se añade que el retorno financiero del sector le pisa los talones al tradicional, y por momentos lo supera, me parece claro que la ola apenas empieza a levantarse. Por lo pronto, en los últimos cinco años, el índice S&P ESG tuvo un desempeño de 7.33% promedio vs 6.73% del S&P 500.

En este punto hay que asentar que la marea no sólo sube en Estados Unidos. En Europa, el sector alcanzó un récord aún más espectacular en 2019: 50 nuevos fondos, para llegar a 668,000 millones de euros en activos, más del doble que en 2018. En nuestra región vamos más lento, pero hay movimiento. En México, la Bolsa Institucional de Valores lanzó en enero el índice sustentable FTSE4Good BIVA y la Bolsa Mexicana de Valores, en junio, su S&P/BMV Total México ESG.

Y si esas corrientes de cambio empujaban fuerte antes de la pandemia, ahora, lejos de amainar, se aceleran. El COVID-19 podría ser el punto de inflexión, por necesidad y por convencimiento, porque sus dolorosas lecciones pueden agilizar un cambio de mentalidad que ya estaba en fermento.

Como ha resaltado Julio Frenk, ex Secretario de Salud en México, desde fines del siglo XX se había alertado del aumento del riesgo de catástrofes globales por pandemias, sin que se tomará en serio ni a la ciencia, ni al llamado de los especialistas a invertir en los sistemas de prevención y capacidad de respuesta. Bill Gates lo advirtió desde 2005. Con el cambio climático tiene que ser diferente.

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Aquí es donde se intersectan lo que pudieran parecer polos opuestos. Por un lado, la activista adolescente Greta Thunberg, con su exigencia de una transformación radical en la economía, siguiendo las advertencias del Panel Intergubernamental de Expertos en el Cambio Climático. Por otro, la visión presentada por Axel Weber, Presidente del banco suizo UBS, el mayor gestor de riqueza patrimonial en el mundo, en el esclarecedor webinar que hizo con The Economist: en resumen, ya no podemos aprender por las malas nuevamente, pero el problema es que hacen falta 90 millones de millones de dólares en inversiones antes del 2030, sólo para cumplir con el Acuerdo de París. Hay que apurar el paso.

En palabras de la Directora del FMI, Kristalina Georgieva: “Si no te gusta la pandemia, no va a gustarte la forma como nos golpeará el cambio climático”.

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En la inversión de impacto, como fuerza renovadora en el capitalismo, no sólo hay puentes de salvación en ese sentido, sino de reconciliación social. Además, las mejores oportunidades de inversión en adelante, de las que espero poder hablarles en próximos comentarios. Simplemente piensen: hay al menos 15 millones de millones de dólares estacionados en deuda gubernamental con tasas de interés negativas: pagando por guardar el dinero.

Todo esto nos dice mucho de dónde poner más canicas, lo mismo para inversionistas y emprendedores que como país. ¿Refinerías y electricidad con combustóleo? No creo.

Nota del editor: Rodrigo Villar cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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