Este movimiento ha dado frutos: dio lugar a las primeras políticas públicas para el medio ambiente en Estados Unidos, y la creación de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la Ley de Aire Limpio y la Ley de Agua Limpia. En otros países, ese día fue el comienzo del movimiento ambientalista y, poco a poco, se crearon y fortalecieron las instituciones ambientales nacionales e internacionales y las correspondientes políticas públicas para un medio ambiente sano.
Mientras tanto, paralelamente al aumento de la conciencia global y a la creación de políticas públicas y de instituciones ambientales, la población se ha duplicado. Hemos perdido más de la mitad de la biodiversidad y contaminado el mar, la tierra y el aire, elevando el CO2 de la atmósfera a más de 400ppm. Eso está causando el cambio climático y el aumento de la temperatura media del planeta en más de un grado. ¡Este es el terrible costo ambiental de nuestro desarrollo!
Ahora, cinco décadas después, con el doble de personas que esperan una buena calidad de vida, los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta están al borde del colapso y ya no son capaces de regenerarse y proveer los servicios ambientales necesarios requeridos por los seres vivos, incluyendo los humanos. El planeta Tierra ha sido tomado por el ‘antropoceno’ y se dirige hacia un abismo sin retorno. La única salida parece ser un cambio completo en la forma en la que funcionamos como civilización.
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Se han hecho muchos esfuerzos y logrado acuerdos internacionales para remediar esta situación, pero las necesidades cotidianas y otros intereses hacen que no tengan los resultados esperados. Y así íbamos directamente hacia una situación que, tarde o temprano, nos detendría bruscamente y, con suerte, nos haría cambiar.
Ahora, cuando se cumplen 50 años del Día de la Tierra, un pequeño virus ha logrado precisamente lo que los ambientalistas han dicho que debíamos hacer desde hace mucho tiempo: detenernos, repensar lo que estamos haciendo y cambiar el rumbo.