¿Vamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía al mundo y desbasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales, o vamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y de la tecnología, bajo el control de la sabiduría, en la elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las más altas aspiraciones de la naturaleza humana?
La “batalla occidental contra la naturaleza” debe acabar y los logros del modo de producción debían adaptarse a los límites del “capital natural” finito. Frente a la realidad petrolífera y el sueño nuclear, que desgranaba empíricamente.
Hay que propugnar esa economía “como si importasen las personas”, capaz de conseguir la sostenibilidad desde una nueva forma de tecnologías apropiadas (recuperada de los modos de producción tradicionales) que conlleven una restricción ética: la trascendencia de los valores morales que preservasen la igualdad y dignidad de todas las personas; la integridad del trabajo humano como el factor económico esencial; el uso de los instrumentos propios del entorno y de la comunidad (más baratos, más realistas y menos contaminantes); el papel central de la familia como unidad básica de convivencia y formación; y el valor de las comunidades locales como entidades soberanas, si es posible, en una toma de decisiones descentralizada y desde una autosuficiencia creciente respecto a los alimentos y al combustible renovable.
Y, en medio de los “liberales del nuevo régimen” que defienden que “todo tiene solución”, mientras abandonemos la llamada cuarta transformación y los pesimistas que anuncian “la inminente catástrofe” de seguir el neoliberalismo, lo que necesitamos son optimistas que estén totalmente convencidos de que la catástrofe es ciertamente inevitable salvo que nos acordemos de nosotros mismos, que recordemos quiénes somos: una gente peculiar destinada a disfruta de salud, belleza y permanencia; dotada de enormes dones creativos y capaz de desarrollar un sistema económico tal que la «gente» esté en el primer lugar y la provisión de "mercancías" en el segundo.
Este modelo acierta a proponer entre el mercado divinizado y el Estado todopoderoso, un modelo basado en la promoción de la propiedad independiente (el llamado “retorno al hogar”); pero el mismo resulta limitado ya que, solo alcanza a representar una “economía pequeña” de escaso impacto. Es necesario, además, un “economía apropiada” que atiende a “cientos de miles de personas que no pueden tener esperanzas de ser auto-suficientes en la propiedad o en la artesanía“, que llegase a los desposeídos de la tierra y a los explotados por el sistema.
Pero una vía media que no podía basarse, como había hecho durante años, en remedios dictados en exclusiva por los expertos especializados; debe fundarse en la previa transformación interna, moral, del hombre y su comunidad. Con esto encontraríamos las vías de solución para resolver la depresión que se avecina con la pandemia.