La hostilidad se expresa de varias formas, pero las coincidencias se resumen así: Carlos Salazar, presidente del CCE, tiene muy buenas intenciones, incluso se le reconoce su visión con enfoque social y su compromiso real por imponer un enfoque social a la práctica empresarial, pero el problema está en el mar de intereses y egos que privan entre los grandes empresarios y, eso, deja la sospecha de que las reglas del juego son el cortoplacismo y cómo se gana dinero con los proyectos que están sobre la mesa, sin importar la creación de valor.
La estructura de la actividad productiva ya cambió y eso ha provocado que el sector empresarial no sea monolítico (algo muy sano). Las empresas trasnacionales tienen un peso muy relevante en la actividad económica y su interlocución con el gobierno es distinta a la que ejecutan las mexicanas. Los millonarios no requieren de intermediación. La Coparmex siempre trata de fijar posturas críticas. Otros empresarios prefieren tejer buenas relaciones con los gobernadores. Esta diversidad es sana, pero hoy el problema ocurre cuando la interlocución con el poder político no defiende ante todo intereses comunes.
Buena parte de la actividad económica del país es producto de aquellos empresarios que hoy no gozan de líneas de crédito. Millones de pequeñas y medianas empresas no tienen una representación de peso en los órganos empresariales. Y, quienes forman parte, son cooptadas mediante el financiamiento. Las pymes deben ser incluidas en la toma de decisiones. Ellas son el mainstream. Hay una brutal distancia entre empresarios ricos y empresarios pobres. ¿Quién defiende a los segundos?
Las necesidades comunes se sujetan a intereses creados. Un ejemplo de ello será el plan de reactivación económica que se avecina. Los empresarios que dependen de obra pública seguramente no lo cuestionarán. Pero no se espera asertividad de su parte para exigir un plan de reactivación integral. Para quienes están detrás de los contratos de infraestructura será una gran noticia y una muestra del gran trabajo entre gobierno y organismos empresariales. Para muchos no será así. Al tiempo.
También, hay otro factor que escapa a cualquier liderazgo empresarial: la narrativa que el presidente ha sembrado alrededor de buenos y malos. En el imaginario colectivo los empresarios son ubicados en el segundo bando, por lo que se requerirá de mucho tiempo para cambiar esa percepción pero, por lo pronto, al gobierno le resulta muy conveniente tener a un sector privado fracturado. Divide y vencerás.
¿Qué posición tomaría AMLO si tuviera enfrente a esos empresarios que no salen en los periódicos, que han sacado sus empresas bajo la cultura del esfuerzo, que solo piden del gobierno respeto a la propiedad y a la libertad de empresa, que piensan en el largo plazo y llaman a tomar ya en serio la transición digital? Ellos, además, sí representan votos.