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Otro tipo de capitalismo

La pandemia solo llegó para evidenciar que nuestro capitalismo está roto, concentrado, con mínima competencia y con un Estado que nunca ha sido de bienestar general, opina Francisco Hoyos.
lun 07 septiembre 2020 01:02 PM

(Expansión) – Empleos dignos, salud pública universal, vivienda con metros suficientes y accesible para cualquier trabajador, educación gratuita y de calidad. No, no es un manifiesto de izquierda puesto en redes sociales, simplemente es el capitalismo que siempre hemos querido y no tenemos.

Esa idea de oportunidades, de bienestar acorde con el esfuerzo y la preparación que le pongas a lo que haces, de estabilidad para formar una familia (cualquier tipo que desees hacer), acceder a crédito, contar con prestaciones, estabilidad laboral, una red de servicios públicos que funcione, es hoy privilegio de unos cuantos países.

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No debería sorprender que casi cualquier encuesta que buscar medir las intenciones hacia adelante de los más jóvenes, la mayoría no tiene entre sus planes comprar una casa o departamento, adquirir deuda de largo plazo o quedarse demasiado en un trabajo. Incluso unirse en pareja y considerar tener o adoptar hijos ha perdido valor como meta de vida, sin que la orientación sexual sea un factor para intentarlo; simplemente las condiciones están diseñadas para lo inmediato en casi todos los sentidos.

La pandemia solo llegó para evidenciar que nuestro capitalismo está roto, concentrado, con mínima competencia y con un Estado que nunca ha sido de bienestar general. Es cierto que hemos tenido periodos de crecimiento económico notables, pero solo ayudaron a que la brecha de desigualdad se abriera cada vez más; también lo es que en las últimas cinco décadas logramos adelantos tecnológicos impensables para nuestros padres y abuelos, sin embargo, todavía no podemos encontrar formas de reducir la pobreza, la falta de igualdad, el racismo, la violencia o el hambre.

Nombrar siquiera estos faltantes sociales es motivo de discusión en redes sociales, hasta familiares, a pesar de que la mayoría estamos conscientes de que nuestro bienestar pende de un hilo y que la pirámide económica que construimos entre todos siempre tiene más espacio hacia abajo que lugares arriba.

Este no era el capitalismo que deseaban las generaciones anteriores y mucho menos el que necesitamos ahora, en medio de una crisis sanitaria y económica que nos podría transportar a 1932, cuando México apenas salía de la turbulencia que había significado la revolución armada y su difícil proceso de estabilidad política (a Álvaro Obregón lo asesinan en julio de 1928, por ejemplo).

Mientras el llamado “milagro mexicano” duró, gracias en parte a la Segunda Guerra Mundial, el porvenir era prometedor para quienes buscaron aquí, o en Estados Unidos, un país de oportunidades, donde no importaba quién eras o de dónde venías, si te esforzabas lo suficiente podría alcanzar una vida cómoda, suficiente.

El sueño alcanzaba mayor atractivo si se tomaba en cuenta que el acceso a educación superior era la apuesta para que hijos y nietos pudieran subir en la escalera social y vivir todavía en mejores condiciones. En esa lógica, el hijo del obrero, de campesinos, tenían una oportunidad de crecer.

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¿Cómo llegamos aquí entonces? Bueno, los episodios de capitalismo de cuates no son nuevos y podríamos asegurar que solo cuando hay reglas claras e instituciones fuertes e independientes de intereses se puede hablar de un estado generalizado de progreso, pero esos momentos son contados y es más usual que la avaricia y los excesos se hagan cargo de las economías.

Creer que el éxito surge de largas horas de trabajo, disciplina, educación continua, principios y valores no es un asunto idealista, es la única forma en que el capitalismo funciona para la mayoría y, en consecuencia, para los mercados y las industrias.

Sin embargo, en el caso de México, llevamos décadas soportando el peso de la economía en un porcentaje mínimo de consumidores y en uno menor de trabajadores bien pagados y en la formalidad. Fue más sencillo enfocar las políticas públicas y privadas hacia la maquila, el ensamble, los servicios rápidos y el bajo consumo, aunque inmediato, antes de elevar el valor agregado que podríamos haber incluido como parte de cada actividad comercial.

Tampoco es que estuviéramos solos en ello, fue toda una política económica que liberaba para después concentrar, dirigida a moldear opiniones y juicios que luego disolvieran las responsabilidades y culpara siempre a la “exuberancia irracional de los mercados”, la frase que hizo popular Alan Greenspan, cuando en 1996 quiso explicar el colapso de la burbuja de internet como presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos.

En medio, o más bien en el piso, quedaban los estragos de cada crisis: las hipotecas, las deudas, la pérdida de puestos, prestaciones y el congelamiento de los salarios. México conoce esos momentos y, creo, estamos ante una oportunidad de oro para evitar uno nuevo.

Si perdemos el ideal de que cualquier cosa es posible si uno se esfuerza, estaremos entrando a la crisis que en estos momentos tratamos desesperadamente de evitar. El capitalismo puede seguir siendo el mejor sistema de desarrollo que hayamos inventado, pero éste no es el capitalismo que sirve y menos el que necesitamos hacia adelante.

Es poco útil insistir en las múltiples formas en que este sistema económico caducó, cuando hoy debemos concentrarnos en construir un capitalismo que funcione, con competencia real, innovación y expectativas de vida para las y los nuevos trabajadores, además de principios, ética (como lo lee) y sentido social. Es la única manera de salvarlo.

Nota del editor: Francisco Hoyos Aguilera es Especialista en comunicación. Graduado del Tec de Monterrey con una maestría en la Universidad Iberoamericana. Fue reportero en el diario Excélsior y en la corresponsalía de The New York Times en México. Lleva dos décadas en la comunicación pública y privada. Las opiniones expresadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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