No debería sorprender que casi cualquier encuesta que buscar medir las intenciones hacia adelante de los más jóvenes, la mayoría no tiene entre sus planes comprar una casa o departamento, adquirir deuda de largo plazo o quedarse demasiado en un trabajo. Incluso unirse en pareja y considerar tener o adoptar hijos ha perdido valor como meta de vida, sin que la orientación sexual sea un factor para intentarlo; simplemente las condiciones están diseñadas para lo inmediato en casi todos los sentidos.
La pandemia solo llegó para evidenciar que nuestro capitalismo está roto, concentrado, con mínima competencia y con un Estado que nunca ha sido de bienestar general. Es cierto que hemos tenido periodos de crecimiento económico notables, pero solo ayudaron a que la brecha de desigualdad se abriera cada vez más; también lo es que en las últimas cinco décadas logramos adelantos tecnológicos impensables para nuestros padres y abuelos, sin embargo, todavía no podemos encontrar formas de reducir la pobreza, la falta de igualdad, el racismo, la violencia o el hambre.
Nombrar siquiera estos faltantes sociales es motivo de discusión en redes sociales, hasta familiares, a pesar de que la mayoría estamos conscientes de que nuestro bienestar pende de un hilo y que la pirámide económica que construimos entre todos siempre tiene más espacio hacia abajo que lugares arriba.
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Este no era el capitalismo que deseaban las generaciones anteriores y mucho menos el que necesitamos ahora, en medio de una crisis sanitaria y económica que nos podría transportar a 1932, cuando México apenas salía de la turbulencia que había significado la revolución armada y su difícil proceso de estabilidad política (a Álvaro Obregón lo asesinan en julio de 1928, por ejemplo).
Mientras el llamado “milagro mexicano” duró, gracias en parte a la Segunda Guerra Mundial, el porvenir era prometedor para quienes buscaron aquí, o en Estados Unidos, un país de oportunidades, donde no importaba quién eras o de dónde venías, si te esforzabas lo suficiente podría alcanzar una vida cómoda, suficiente.
El sueño alcanzaba mayor atractivo si se tomaba en cuenta que el acceso a educación superior era la apuesta para que hijos y nietos pudieran subir en la escalera social y vivir todavía en mejores condiciones. En esa lógica, el hijo del obrero, de campesinos, tenían una oportunidad de crecer.