La pandemia causó una crisis de salud mental y violencia doméstica, según OPS
Este año, con la pandemia, hemos perdido a más de 200,000 mexicanos, todas y todos con nombre y apellido, hermanas, hermanos, hijos, hijas, padres, abuelos, abuelas, tíos, tías, amigas, amigos. Han sido tantas personas las que han fallecido, que nos han querido hacer verlos solo como una cifra, un número que crece día con día y, pese a esto, no hemos podido hacer un cambio de estrategia para evitarlas o reducirlas.
En México mueren a diario entre 300 y 600 personas por COVID-19, según cifras oficiales, pero por exceso de mortalidad podríamos multiplicarlas por 3, lo cual nos da entre 900 y 1,800 personas que pierden la vida cada día a causa de la epidemia.
En contraste, aproximadamente 100 personas mueren cada día víctimas de la violencia, 10 mujeres son víctimas de feminicidio, esto sin contar a las personas que mueren por falta de medicamentos y atención médica, por falta de alimento o por vivir en condiciones infrahumanas.
Son demasiadas las muertes diarias en nuestro país, las cuales podrían ser prevenidas. La parálisis del gobierno, la desidia, la corrupción y la ignorancia son cómplices de estas muertes, mientras que los mexicanos poco a poco hemos ido acostumbrándonos a los números, mirando hacia otro lado, volviéndonos también cómplices.
La muerte nos ronda y, sin duda, es la única certeza que tenemos en este mundo tan incierto, pero no podemos dejar de levantar la voz por aquellos que se han ido antes de tiempo, sobre todo porque, como sociedad, pudimos prevenir su muerte.
No tiene caso hacer una ofrenda si no podemos exigir, así como evitar que cientos de niñas, niños, hombres y mujeres mueran de forma injusta cada día.
No morimos mientras alguien nos recuerde, tampoco desaparecemos mientras alguien siga levantando la voz en nuestra memoria. Es nuestro deber recordar y seguir exigiendo justicia por los que ya no están y prevenir que niñas, niños, jóvenes, hombres y mujeres mueran cuando puede ser evitable.
Nota del editor: Jimena Cándano estudió la licenciatura de Derecho en la Universidad Iberoamericana. Obtuvo el grado de Maestría en Administración Pública con enfoque en Desarrollo Comunitario y Transformación Social en la Universidad de Nueva York. Actualmente es la Directora Ejecutiva de la Fundación Reintegra. Síguela en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.
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