La pandemia no nos permitió cerrar el 2020 y tampoco nos ha dejado iniciar el 2021 con el entusiasmo de los sueños y los nuevos proyectos. Esa sensación de debilidad y extenuación la viví mucho antes del COVID-19 y en distintas etapas de la vida, pero me ha recordado un momento en particular: mi cruce a nado del Canal de la Mancha, considerado el Everest de la natación. Hoy quiero compartirte las lecciones que me dejó esa experiencia para que tú también logres cruzar esta o cualquier otra revolcada de la ola en tu vida.
¡Ya no puedo más!
Tras muchas horas de nadar seguía sin avanzar, y peor aún, parecía que lejos de progresar y por más esfuerzo que hacía para seguir, la corriente me regresaba y me alejaba de la costa francesa. La temperatura del agua era de 16 grados centígrados, el viento provocaba un oleaje alto y eso literalmente me revolcaba con cada brazada. Estaba al límite.
Mientras caía la noche, y después de más de nueve horas nadando, el frío era cada vez más intenso. Las olas me impedían ver con claridad y la sensación de nadar con todas mis fuerzas sin avanzar nublaron mi entusiasmo y determinación hasta llegar al punto de gritar “¡Ya no puedo más, no puedo seguir!”.
En ese instante, mi abuelo paterno Austin B. Hawley —quien fue soldado en la Primera Guerra Mundial como parte del ejercito inglés— vino a mi mente y recordé una plática que tuvimos hace muchos años.
Él me contó que sobrevivió la guerra no por optimismo, sino con un solo objetivo en mente: llegar al final. Sin importar lo que sucediera en el camino, su meta era llegar con vida al final de la guerra controlando aquello que solo él podía controlar: su actitud y sus emociones. Justo así fue como mi abuelo Austin llegó con vida a casa: “esa fue mi arma secreta en los momentos más complicados”, me confesó.
Entonces me dije a mí misma: “Aquí lo importante es seguir adelante hasta llegar a Francia, sin importar cuánto tiempo falte o qué tan complicado esté el nado. Solo seguir adelante para llegar a Francia, controlando mis emociones y mi actitud frente a este desafío”. Y eso fue lo que hice, llegué a la orilla después de nadar 14 horas y 33 minutos una distancia de 33 kilómetros.
Ahora que estamos a punto de acabar el primer mes del año sin una fecha final para el confinamiento, tras los decesos de seres queridos, los contagios de muchos más y el estrés de sobrellevar las responsabilidades del día a día, nuestro nado por la vida puede parecer imposible, pero no lo es.