Para avanzar como sociedad es necesario que esta toma de consciencia suceda no solo a nivel individual, sino también empresarial. Hasta ahora, muchas empresas se conciben a sí mismas como lejanas a la sociedad; en particular a sus integrantes más vulnerables. Bajo esta concepción, la RSC se limita a un esfuerzo filantrópico que, si bien genera un beneficio social, es percibido como una merma a las utilidades de la empresa.
Si los negocios de todos tamaños logran, sin embargo, capitalizar las grandes enseñanzas del 2020 y modifican de manera consciente su escala de valores, se podrían convertir en motores de desarrollo en su más amplia expresión.
Bajo esta concepción, empresa y sociedad no se perciben como alejadas o incluso contrapuestas, sino son parte de un todo inevitablemente conectado. Y qué gran evidencia de dicha conexión nos ha dado la pandemia, que ha alcanzado hasta el último rincón de nuestro planeta.
Una muy clara descripción de esta forma de entender la responsabilidad corporativa la encontramos en el concepto de “Valor compartido” (o Shared Value) acuñado por Michael Porter y Mark Kramer. De acuerdo con ellos, “gran parte del problema se encuentra en las empresas mismas, que permanecen atrapadas en una visión anacrónica de la creación de valor, surgida durante las décadas recientes.
Continúan viendo la creación de valor de una manera limitada, optimizando el rendimiento financiero de corto plazo dentro de una “burbuja”, sin tomar en cuenta las necesidades más importantes de sus clientes e ignorando las influencias más amplias que determinan su éxito en el largo plazo.
La solución se encuentra en el principio de valor compartido, que significa generar valor económico de tal manera que también genere valor para la sociedad atendiendo sus necesidades y retos. Las empresas deben reconectar el éxito de la compañía con el desarrollo social”.