La pregunta es qué pintamos los hombres en todo esto.
Según los datos más recientes somos aproximadamente la mitad de la población. Sin duda tenemos algo que decir. O que hacer. Lo primero de todo es, tal vez, entender.
Podemos entender que las mujeres y los hombres debemos tener las mismas oportunidades a la hora de vivir nuestras vidas. Es difícil defender lo contrario, creo. Si socialmente se decidiese poner freno al potencial de la mitad de la humanidad, estaríamos ante una política inhumana. Y nadie quiere defender esas cosas.
Lamentablemente así es el México de hoy: un mundo lleno de obstáculos para la mayoría de la población.
Sí, hay círculos en los que desde hace décadas el acceso a la educación, a los derechos mínimos y a la libertad se da por hecho. Las niñas pueden decidir ser ingenieras o futbolistas, si tener o no hijos, si mandar o no a la fregada al señor con el que decidieron casarse.
Como alguien que creció en una familia en el que la madre trabajaba y el padre colaboraba activamente en el hogar, me es fácil rehuir por ridículos los grupos masculinos donde la conducta la dicta la testosterona (o la falta de civilización) y no puedo evitar la risa ante ciertos dogmatismos del feminismo radical.
La capacidad de dirigir equipos, la mezquindad, la fortaleza, la violencia o la dulzura no son atributos propios de ningún género. Los dictan una combinación de educación y genética.
El tema es que mi educación, como la de una minoría, es hoy un privilegio. Como sociedad no estamos ahí.
En México matan a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Un sistema de administración de justicia tan incompetente como el que tenemos nos enfurece aún más por la incapacidad de salvar la vida de la esposa golpeada, de la víctima aleatoria de una vejación en la calle.
No indignan menos las diferencias salariales de al menos 16%; o la discriminación en los consejos de administración (el 94% de los consejeros son hombres). Ahí están los horarios de las escuelas y las instituciones sociales diseñadas para cuidar a los niños e impedir que las madres puedan trabajar las mismas horas que un padre; o véase las políticas de maternidad (es un milagro que las mujeres decidan seguir teniendo hijos).
Y las reglas no escritas que restringen los accesos a determinados puestos, o financiamientos, o negocios.