Este desarrollo, en el que analistas en informática ven el fundamento de una revolución comparable y subsecuente a las de la evolución del Internet y la aparición de la PC, asombra por su velocidad. Apenas se conceptualizó hace 13 años, en el año de la pandemia despegó y éste apunta a ser el parteaguas.
En abril se dio la oferta pública inicial de Coinbase, la app de compraventa de criptomonedas, que logró una capitalización de mercado de cerca de 100,000 millones de dólares (mdd). Mayo llegó con la sorpresa de la cotización alcanzada por la moneda de la plataforma abierta de blockchain Ethereum, punta de lanza del concepto de finanzas descentralizadas: en un año pasó de valer poco más de 200 dólares a más de 3,900 por token.
Unos días después, Bitso, plataforma para transacciones de criptomonedas enfocada al mercado latinoamericano, se convirtió en el nuevo unicornio mexicano al cerrar otra ronda de inversión y conseguir una valuación de más de 2,200 mdd. La empresa señaló que se capitalizó para desarrollar productos más accesibles, que pueda usar cualquier madre de familia.
Ya no se trata solo de un mercado de nicho. El desarrollo es tan rápido que los bancos centrales no quieren quedarse fuera y perder el control. En China, por ejemplo, va tomando forma un eventual yuan digital. Si esa nación fue pionera en el papel moneda como unidad de valor fiduciario en el Siglo VII, ¿por qué no lo sería con una unidad de valor criptográfico para el Siglo XXI?
El bitcoin escaló a una capitalización de mercado de un trillón de dólares (un billón en nuestra cuenta) en 12 años. A Google le tomó 21, a Amazon 24, a Apple 42 y a Microsoft 44. Al ether todavía le falta bastante, pero a diferencia del bitcoin, consolidado como activo especulativo, se usa en el comercio electrónico y para todo tipo de transacciones, emisiones de bonos y contratos.
La capacidad disruptiva de esta tecnología es tan honda que formará parte de la vida de todos los seres humanos y puede cambiarlo todo: son modelos de negocio con empresas distribuidas y economías colaborativas, así como reinvención de los servicios financieros y los medios de pagos hasta hacer innecesaria, en muchos casos, la intermediación bancaria, con la promesa realizable de la inclusión financiera.