En suelo estadounidense, Trump gobernó con tintes imperiales degradando el sistema de pesos y contrapesos y embistiendo en contra del Capitolio luego de un inexistente fraude electoral, pero que alimentó su narrativa como victimario. Precisamente este revés antidemocrático sellará la política exterior de Joe Biden. En las reuniones previas que sostendrá antes de su encuentro con Putin -a saber, las cumbres del G7, la OTAN y con la Unión Europea- buscará refrendar la coalición de las democracias liberales en el mundo ante la nueva ola autoritaria.
Por otra parte, la pulsión autoritaria de Putin se amplía en evidencia. El Kremlin domina por completo el espectro político, con la Duma del Estado y los jueces aprobando todas las directivas dictadas por la Oficina Presidencial; se han encarcelado a opositores prominentes, además de aprobar los cambios constitucionales con los que Putin podría alargar su estancia en el poder hasta el 2036, respaldados vía plebiscito. Ante los ojos de Biden, Putin es un adversario para Estados Unidos: un hombre cesarista que ataca los cimientos de las democracias liberales, desestabiliza a Occidente y contraviene el interés nacional de la Unión Americana.
Con sede en Ginebra, el primer encuentro personal entre Joe Biden y Vladimir Putin será áspero. El ambiente así lo marca: el mayor arsenal militar ruso desplegado en su frontera con Ucrania, el choque por el apoyo de Putin al presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko -quien se aferró a un sexto mandato presidencial-, su alianza geopolítica con China en el Consejo de Seguridad de la ONU, sus diferencias marcadas en Siria, el apuntalamiento de la Casa Blanca contra los ciberataques rusos y la piratería informática en el caso Colonial Pipeline (una de las mayores redes de distribución de combustible de Estados Unidos), así como el envenenamiento y arresto de Alexei Navalny, el activista anticorrupción y el rostro más destacado de la oposición rusa.
A lo anterior debemos añadir el retiro de Moscú del Tratado de Cielos Abiertos en reciprocidad a la salida de Washington de dicho tratado en tiempos de Trump -que cobra mayor importancia tras la decisión de Bielorrusia de obligar a un avión comercial a aterrizar en Minsk para arrestar al disidente Roman Protasevich.
Asimismo, el músculo ruso se deja tocar con los simulacros estratégicos y ensayos balísticos en aguas del Ártico, reclamaciones marítimas vinculadas a la ruta del Mar del Norte y la intención de aumentar su huella militar en una región santuario de patrimonio de la humanidad y mediante el estrechamiento de relaciones y acuerdos de cooperación militar con una variada gama de países africanos.