Las reacciones no se hicieron esperar cuando, en la XXI Reunión de Cancilleres de la Celac que se llevó a cabo en el Castillo de Chapultepec, el presidente López Obrador y varios ministros consideraron la posibilidad de retomar la integración latinoamericana al estilo Unión Europea. Hubo quien calificó esta propuesta de castrista y bolivariana, y hubo quien despertó su nostalgia chavista de principios de siglo. Es normal que los discursos y las canciones hagan prevalecer las emociones, pero vale la pena analizar la viabilidad de la propuesta.
La crisis por el COVID-19 nos dejó ver que ningún ente en el mundo verá por América Latina. Cuando de defender la vida se trata, somos nosotros mismos los únicos que estaremos ahí para cuidarla. La urgencia por conseguir vacunas e insumos médicos en medio de su injusta distribución global exige replantear la necesidad de articular la integración en un marco equiparable al de la Unión Europea.
Sin embargo, la historia nos ha mostrado que ninguna integración ha surgido de buenos deseos, por muy adverso que sea el panorama. La concepción de la UE vino después del agotamiento que dejó el interminable conflicto entre Francia y Alemania, pero no fue un paso natural. En Europa la conjugación del poder creativo de Jean Monet, el pragmatismo político de Robert Schuman y una constante presión de éstos sobre la clase política europea dio como resultado una incipiente integración económica.