Aunque estas tendencias no son nuevas, definitivamente fueron aceleradas por la situación extraordinaria que continuamos atravesando, la cual también ha tenido un fuerte impacto en ámbitos como el educativo y el profesional. Lo más importante de esto es que ya no hay marcha atrás, la actual situación presenta retos importantes que es necesario atender con las herramientas adecuadas, pero sobre todo adaptadas a las necesidades de la nueva realidad, cada vez más digital.
Expertos y directivos de diversos sectores y empresas coinciden y nos dicen que 65% de los niños que están cursando su educación básica se graduarán para un trabajo que aún no existe y que 60% de los empleos que se van a requerir en el 2030 aún no han sido diseñados. Para el 2025, tan sólo en Estados Unidos, dos tercios de los trabajos requerirán algo más allá de la actual educación obligatoria que marca el mapa curricular.
¿Qué implica todo esto? Sin duda, un cambio en el modelo educativo actual en el que ya no bastará tener un certificado o título profesional. Una adecuación que dejará atrás a las instituciones de educación superior que mantengan sus programas educativos rígidos y con la estructura física habitual de aulas, maestros y alumnos en horarios fijos y clases predeterminadas, así como costos elevados de operación.
Lo anterior implica que tendrá más valor una cartera digital de habilidades, credenciales, insignias y certificaciones que incentiven y acrediten al estudiante como competente y capaz de realizar funciones específicas.
Este cambio es urgente, ya que afuera de las aulas la demanda de habilidades requeridas en los lugares de trabajo está cambiando. Varios reportes recientes estiman que en la actualidad 8 de cada 10 nuevos empleos se están generando en campos que tienen un componente importante de innovación: tecnología manufacturera, big data, finanzas, desarrollo urbano, medioambiente, biotecnología y robótica, entre otros; con ello, los perfiles profesionales y sus requerimientos también se están transformando.