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El 1% y el 99%: la nueva disyuntiva

América Latina exhibe los mayores niveles de desigualdad del ingreso en el mundo y México no es excepción. La inequidad es un obstáculo para lograr crecimiento económico y abatir la pobreza.
mar 24 agosto 2021 05:10 AM

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, publicó en 2011 un artículo en la revista Vanity Fair que en su título lo dice todo: ‘Del 1%, por el 1%, para el 1%’. Allí alertaba de la trascendencia que tenía, después de la crisis económica mundial de 2008, el contraste de riqueza e ingresos entre el 1% privilegiado y el 99% restante, Chris (un anónimo) puso en marcha un blog en agosto de ese año popularizando el lema “Somos el 99%”, que dio inicio el 17 de septiembre al movimiento ‘Ocupa Wall Street’ y que se extendió a 82 países el 15 de octubre. El entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo discutió y difundió en entrevistas y discursos. Las redes sociales provocaron una movilización mundial en reacción a la crisis de 2008, que evocó el movimiento estudiantil de 1968 o la primavera árabe de 2010.

Más allá del anecdotario, ¿cuál es la relevancia de este contraste de ingresos entre el 1% y el 99%? Muchos piensan que la atención debe centrarse en el tamaño del pastel y desdeñan la porción que cada uno se lleva. Son aquellos que sólo se limitan a subrayar el comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) sin poner atención a cómo se reparte entre los miembros de la sociedad. Esta distinción es importante, más aún en estos días, en que ha saltado a la palestra de la discusión pública el tema de las clases medias, que se vincula directamente con la inequidad en la distribución del ingreso.

Para formarnos una imagen clara de cómo está México y dónde estamos cada uno de nosotros en esa pirámide social y económica, acéptese como punto de partida que un 20% de las familias están en los dos extremos. Es decir, con mucho y con poco dinero, y que 60% está en los sectores medios (medio-bajo, medio-medio y medio-alto). Para ser el punto de partida de nuestro argumento, no suena mal. Pero veamos cuál es la situación actual.

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Ricardo Raphael publicó en 2014 un libro ingenioso y ameno, pero penetrante, de una realidad que conoce de primera mano: ‘Mirreynato: La otra desigualdad’. En él representa a los mexicanos viviendo en un edificio de 10 pisos (3.5 millones de familias por piso) y se concentra en explorar a quienes vivirían en el piso más alto, el penthouse. Pero como en ese piso también hay niveles, rápidamente afina el enfoque hacia 350,000 familias (1%) para terminar en las 3,500 más poderosas que producen mirreyes.

Para tener una imagen de las familias típicas de cuatro integrantes en cada uno de los 10 pisos, repasemos a continuación, y de manera fácil de memorizar, los ingresos de cada una. En el primer piso viven las familias que obtienen, a lo más, 5,000 pesos mensuales (para los cuatro, no por persona). Para tener derecho al segundo piso hay que tener, por lo menos, 5,000 pesos mensuales, y, a partir de ahí, la cantidad mínima de dinero necesario para acceder a los siguientes pisos va aumentando en 2,000 pesos mensuales por familia hasta llegar al octavo piso. Es decir: tercer piso, 7,000 pesos; cuarto piso, 9,000; quinto piso, 11,000; sexto piso, 13,000; séptimo piso, 15,000; y octavo piso, 18,000. Observe que la diferencia entre el séptimo y el octavo piso ya no fue de 2,000, sino de 3,000 pesos, al menos hasta 2020 y expresada en pesos corrientes.

Para vivir en el noveno piso, una familia requiere ganar más de 24,000 pesos (o sea, 6,000 más que en el octavo), y para tener acceso al décimo la familia debe ingresar, como mínimo, 35,000 pesos mensuales (11,000 más que en el noveno). En otras palabras, las diferencias de ingreso en los niveles más altos se van haciendo cada vez más grandes y todas aquellas familias con 35,000 pesos mensuales, o más, pertenecen al 10% más rico del país, según cálculos con datos de Inegi.

Pero el ingreso no es el único ni el más útil criterio para determinar dónde estamos cada uno de nosotros, ni dónde empieza o termina la clase media. Hay cierta correlación entre ingreso y posición social, pero no lo es todo. Las personas que viven en zonas rurales o se emplean en labores manuales no calificadas, ocupan en mayor proporción los primeros cinco pisos. Conforme aumenta la calificación del trabajo manual y el nivel de escolaridad, se incrementa la proporción de los habitantes en los pisos 6, 7 y 8 y, más aún, para quienes realizan trabajos no-manuales, principalmente en el sector servicios. El segmento profesional con estudios universitarios son los ocupantes principales de los pisos 8, 9 y 10, típicamente catalogados como estratos medios.

Hagamos un acercamiento al penthouse. Dijimos que a partir de 35,000 pesos mensuales (por familia de 4) se podía vivir ahí. Imaginemos ahora que dividimos el piso 10 del edificio imaginario de Raphael en 10 niveles. Para vivir en el nivel 5 del piso 10, la familia necesita 50,000 pesos; y para habitar el 10 (donde vive el 1% más rico del país, 350,000 familias, el círculo bronce), necesita 100,000 pesos. La lupa se puede continuar acercando y en el nivel 100 se pueden distinguir al menos 4 círculos más estrechos. Pero dentro de estos, el ingreso de las personas pierde relevancia y es mejor centrarse en sus activos económicos, siguiendo los cálculos y datos del Credit Suisse Research Institute, de Forbes y del investigador Miguel del Castillo Negrete.

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Esos cuatro círculos estrechos son: uno, donde vivirían el 1 por millar de familias (35,000, el círculo plata) que tienen al menos 10 millones de dólares en activos; dos, donde vivirían el 1 por 10,000 familias (3,500, el círculo oro) que tienen al menos 50 millones de dólares en activos; tres, donde vivirían el 1 por 100,000 familias (350, el círculo platino) que tienen al menos 250 millones de dólares en activos; y cuatro, donde vivirían el 1 por millón de familias (35, el círculo diamante) que tienen al menos 1,000 millones de dólares en activos.

Es importante señalar que no solo el ingreso y los activos físicos y financieros —que como se ha visto están estrechamente vinculados: a mayor cantidad de activos, mayores ingresos— determinan la posibilidad de pertenecer a la cúspide de la pirámide socioeconómica. La fuerza intelectual o política también son vía de acceso. En honor de Bourdieu, y en términos más abstractos, no sólo el capital económico es el camino para acceder a la cima de la estratificación social. Otra forma de hacerlo y sus combinaciones son la posesión de diversas formas de capital, tal como el humano, el social y el cultural. Es posible ahora que cada uno de nosotros nos ubiquemos en el edificio (o pirámide) social y económico del país. Sólo por subrayarlo: la mayoría de los lectores de este artículo, con más probabilidad que menos, pertenecen al 1% más influyente del país.

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Una parte no despreciable de la clase media emprendedora, esforzada, tomadora de riesgos, aspiracionista, está compuesta de los minúsculos empresarios formales e informales, urbanos y rurales, profesionistas y prestadores de una pluralidad de servicios, que no forman parte del último nivel del décimo piso. He aquí la nueva disyuntiva (el 1 frente al 99) que, por lo demás, está bastante alejada de la imagen inicial según la cual la clase media supuestamente estaría formada por 60% de las familias.

América Latina exhibe los mayores niveles de desigualdad del ingreso en el mundo y México no es excepción. La inequidad se ha convertido en un problema a resolver debido a que en la actualidad se concibe como un obstáculo para lograr el crecimiento económico y abatir la pobreza. La desigualdad es un tema que va mucho más allá del ámbito económico: “Repercute en el empleo, la educación, la salud, la vivienda, el espacio público y residencial, segmenta la vida social y debilita la cohesión”, escribió Fernando Cortés en el libro ‘La cuestión social en el siglo XXI en América Latina’.

Ante estas ideas, y enfrentados a nuestra propia posición en la distribución del ingreso, ¿qué hacer para abatir la ofensiva desigualdad en nuestro país? ¿Cómo emprender acciones desde nuestros diversos roles sociales? ¿Qué hacer desde la familia, el trabajo, las asociaciones gremiales, las organizaciones de la sociedad civil, empleando nuestra fuerza ciudadana y participación política? No se va a resolver con donativos a una causa filantrópica o con aumentar la altura de las bardas. No es sólo lo ético, sino lo práctico. No son sostenibles esas distancias que, como olla de presión, eventualmente estallan como un rayo en cielo despejado. Así ocurrió en 1910, días después de celebrar pomposamente el centenario de nuestra Independencia. O en Francia, en 1789.

La desigualdad de ingresos en el mundo es inaceptable e indicativa de que los beneficios, tanto del capitalismo como de las economías dirigidas por el Estado, no han brindado justicia social. Reflexionar para el cambio hacia sociedades más justas es necesario. Lo que cada uno pueda aportar para enriquecer el debate y diseño de las políticas de igualdad es imperativo.

¿Por dónde empezar? Podemos intentar:

1- Reflexionar los pros y contras de una reforma fiscal verdadera que haga posible aumentar el empleo, el crecimiento y la inversión.

2- Evaluar los pros y contras de un ingreso básico universal. Es decir, dar a cada mexicano 500 o 1,000 pesos mensuales (3% o 6% del PIB). Elimina la pobreza extrema y reduce la pobreza y desigualdad regional de inmediato.

3- Continuar denunciando en redes sociales cualquier acto ofensivo de prepotencia (lord…, lady…), de corrupción, de mirreyes.

Busquemos construir un mejor país, uno que no necesite bardas.

Nota del editor: Miguel Basáñez es exembajador de Mexico en los Estados Unidos, expresidente de la organización Mundial de Encuestadoras y presidente del Centro Tepoztlán. Fernando Cortés es doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social por el CIESAS, investigador del PUED, UNAM y miembro del Centro Tepoztlán.

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