Publicidad
Publicidad

¿Inversión pública o gasto discrecional?

Pensemos en el porvenir si la escasa inversión pública va a proyectos que responden más a obsesiones que a criterios de retorno económico, considera Rodrigo Villar.
mar 28 septiembre 2021 12:07 AM
Inversión fija bruta cae y se mantiene lejos de niveles pre pandemia
¿Qué hacer frente ante una pertinacia que confunde inversión pública, gasto discrecional y obsesiones político-ideológicas?, cuestiona Rodrigo Villar.

(Expansión) - El secretario de Hacienda Rogelio Ramírez de la O ha presumido que la cifra de inversión del proyecto presupuestal para 2022 sería histórica, ese adjetivo favorito de los políticos: casi un billón de pesos y 3.1% como proporción al PIB. Qué bueno, porque llevamos varios años sin siquiera alcanzar el 3%, aunque seguiremos lejos de los niveles de 4% de hace apenas 10 años. Sin embargo, hay un problema mayor al numérico: no sólo importa cuánto inviertes, sino en qué.

Si queremos ver el futuro de un país, quizá la mejor bola de cristal es checar en qué está invirtiendo. El aumento de la inversión pública vigente incluso podría ser contraproducente, tomando en cuenta el punto de vista cualitativo. Como ha comentado la economista Valeria Moy, Directora General del IMCO, obras como la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía o el Tren Maya son, en el fondo, gasto y no inversión. Pensemos en el porvenir si la escasa inversión pública va a ese tipo de proyectos que responden más a obsesiones que a criterios de retorno económico.

Publicidad

Lo mismo aplica para el subsidio de las pérdidas de Pemex, sin plan de reestructura corporativa, pero con apuestas ajenas a toda lógica financiera y energética, como la que se hace en refinación, cuyos números rojos están entre los peores de la empresa. O el empeño de retornar al monopolio eléctrico de la CFE con más subsidios a la obsolescencia y forzar la desinversión de privados que estaban construyendo la capacidad de generación tenemos que asegurar, conforme a las condiciones de la transición energética y nuestras responsabilidades climáticas, y con capital fresco que nuestro gobierno no tiene, como resulta evidente cuando se gastan hasta los fideicomisos que había para emergencias.

Entre otras razones, los economistas piden mayor inversión pública a los países porque suele tener un efecto multiplicador en la privada, que hoy, en México, está en niveles que sí son históricamente bajos: 17% como porcentaje del PIB, cuando debería rondar el 20%. Pero cómo podría darse ese efecto si ninguno de los grandes proyectos de nuestro gobierno tiene realmente perspectiva de rentabilidad e incluso se duda de que lleguen a funcionar algún día. Peor, si, en vez de incentivar o hacer sinergia con la inversión privada, por principio la inhiben o excluyen. Ya no luce tan bueno el aumento para 2022.

Básicamente, invertir es sacrificar gasto actual o arriesgar capital a cambio de aumentar la productividad o el rendimiento para luego contar con mayor capacidad de gasto. ¿Tiene relación eso con lo que se está haciendo en Pemex? Si se aduce que todo es por soberanía y autosuficiencia, y lo que se asoma, como resultado, es más precariedad energética, dependencia y rezago, la calificación de gasto, y no inversión, entra como traje a la medida.

Conforme al proyecto presupuestal, en 2022 Pemex podrá endeudarse hasta superar 118,000 millones de dólares, con el costo financiero al alza por la degradación de la calificación crediticia. Entre capitalizaciones, reducciones impositivas y pago de deuda, desde el 2019 se le han transferido más de 39 mil 700 millones, pero la producción no ha crecido ni 3%.

Más que de inversión, cabría hablar de respiración artificial para seguir echando dinero bueno al malo. Las contradicciones de la “inversión” de la refinería Dos Bocas y la adquisición del 100% de la de Deer Park cuando se disparan sus pérdidas son la muestra perfecta del sinsentido.

Publicidad

Habría que ver lo que ocurre en el resto del mundo, como ha puesto de relieve el especialista en energía David Shields, con la idea de que “lo mejor está por venir”: Glasgow, su ciudad natal y sede de la COP26, ya cuenta con su flota de autobuses a hidrógeno verde y Escocia va por la descarbonización completa de su matriz energética en 20 años.

Tan pronto como en 2030 podría ya no haber armadoras que fabriquen automóviles a gasolina. O qué tal la hoja de ruta estadounidense para la economía de hidrógeno; el anuncio de Chile de producción de ese combustible y su distribución en redes de gas; los primeros taxis con esa base en Madrid en 2022.

Los ricos países petroleros del Golfo Pérsico se están asociando con empresas de energía transnacionales, atrayendo inversiones, saliendo a bolsa para capitalizarse. Aprovechan los mejores precios del crudo y el entorno financiero global con las tasas de interés más bajas de la historia, fenómeno que podría prolongarse a largo plazo por factores como el envejecimiento demográfico en el mundo desarrollado. No quieren quedar a la zaga.

Por eso Dubái construye el mayor parque solar del mundo, que le proveerá 30% de su demanda eléctrica al combinar tres tecnologías –fotovoltaica, térmica y de concentración– para proveer energía día y noche. El Estado o Emirato pondrá el 44% y el resto vendrá de capital privado.

Mientras, en México perdemos oportunidades irrepetibles. Como ha expuesto el especialista en inversiones Jorge Suárez-Vélez, si hay tanta liquidez en el mundo, si Estados Unidos crece tanto y si necesita acercar sus cadenas de valor por su antagonismo con China, deberíamos estar captando volúmenes crecientes de inversión.

¿Qué hacer frente ante una pertinacia que confunde inversión pública, gasto discrecional y obsesiones político-ideológicas? No queda más que seguir pugnando, como ciudadanos, por la cordura y en lo elemental: invertir es sembrar más hoy para cosechar más mañana; no para tener menos. Aquí nuestro grano de arena.

Nota del editor: Rodrigo Villar es un emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures, donde busca transformar la manera tradicional de hacer negocios y crear un nuevo modelo empresarial que perciba el impacto como status quo. Cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

Publicidad

Newsletter

Únete a nuestra comunidad. Te mandaremos una selección de nuestras historias.

Publicidad

Publicidad