Es cierto que para muchos puede ser “más cómodo” tener la cámara apagada. Una cosa es tenerla con compañeros de trabajo con los que uno comparte a diario y a quienes conoce físicamente desde antes de la pandemia; otra muy distinta es hacerlo con desconocidos o con personas con las cuales se debe crear una relación de confianza.
Algunas personas enfatizan que es agotador la imagen espejo y verse a sí mismas todo el tiempo. Pero eso es fácil de resolver, basta deshabilitar esa función en el software que se usa.
En términos de comunicación humana, es preferible el 90% de la exposición de la vida personal, antes que la anulación de la visualización. Todos en algún instante, por alguna razón, precisamos de dos o cinco minutos de cámaras apagadas, pero ese no puede ser el statu quo. No es bueno que lo sea.
En especial, porque para muchos de nuestros interlocutores, la cámara apagada es un signo de desprecio y no queremos quedar conectados con ese sentimiento a nuestras pequeñas audiencias.
Como consultor, brindo diariamente seminarios de Storytelling y comunicación en diversos idiomas para compañías internacionales. Si los participantes no tienen sus cámaras encendidas me pierdo de muchísima información muy rica para mí y para el proceso de mejora de esos perfiles ejecutivos. A través de la gestualidad de los rostros, consigo saber si fui poco claro o si un participante se perdió en alguna explicación.
Con la cámara apagada se evapora la empatía de una sonrisa frente a algún comentario que hice. Sin verlos, la interacción queda pulverizada.
Pierdo, por ejemplo, la conexión con esa madre que está con su hijo de cuatro años vestido con su disfraz del hombre araña en brazos, al que puedo integrar a la conversación preguntándole cómo se llama y produciendo un espacio de confianza con su madre, que ahora siente que no tiene que intentar ocultar las dificultades de su vida familiar. Si ella siente que no tiene que ocultar cosas delante de mí, pues entonces puede ser. Y eso es lo que más quiero: que sea.
Es posible que en la siguiente sesión, yo le pregunte cómo está “el hombre araña”, del cual ahora sé el nombre: ya estamos mucho más conectados. Si trabajo en temas de Storytelling es porque me interesan las historias y la camarita es mi posibilidad de ver más historias de mis interlocutores: si beben un batido, si tienen una planta que me gusta, etc.