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Cámaras apagadas

Con la cámara apagada se evapora la empatía de una sonrisa frente a algún comentario que hice. Sin verlos, la interacción queda pulverizada, comparte Nicolás José Isola.
mar 02 noviembre 2021 12:07 AM
Cámaras apagadas
La mirada habla mucho mejor que la boca. Si queremos mostrarnos confiables y generar confianza en los demás, entonces debemos prender nuestras cámaras, apunta Nicolás José Isola.

(Expansión) - Las videollamadas llegaron como una catarata para quedarse. Sin embargo, son muchas las organizaciones en donde los ejecutivos tienen las cámaras apagadas. Esto se reproduce, en algunos casos, en reuniones de pre-venta, donde el cliente está con la cámara habilitada y algunos de los participantes del posible proveedor las tienen apagadas.

Es cierto que hay casos muy particulares, como el de algunos padres o madres atravesados por la dificultad de niños en brazos que demandan atención o personas trabajando en espacios poco confortables para mostrar para ellos, como sus cocinas. Es verdad que para este segundo caso existen diversos fondos que permiten camuflar esta realidad.

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Es cierto que para muchos puede ser “más cómodo” tener la cámara apagada. Una cosa es tenerla con compañeros de trabajo con los que uno comparte a diario y a quienes conoce físicamente desde antes de la pandemia; otra muy distinta es hacerlo con desconocidos o con personas con las cuales se debe crear una relación de confianza.

Algunas personas enfatizan que es agotador la imagen espejo y verse a sí mismas todo el tiempo. Pero eso es fácil de resolver, basta deshabilitar esa función en el software que se usa.

En términos de comunicación humana, es preferible el 90% de la exposición de la vida personal, antes que la anulación de la visualización. Todos en algún instante, por alguna razón, precisamos de dos o cinco minutos de cámaras apagadas, pero ese no puede ser el statu quo. No es bueno que lo sea.

En especial, porque para muchos de nuestros interlocutores, la cámara apagada es un signo de desprecio y no queremos quedar conectados con ese sentimiento a nuestras pequeñas audiencias.

Como consultor, brindo diariamente seminarios de Storytelling y comunicación en diversos idiomas para compañías internacionales. Si los participantes no tienen sus cámaras encendidas me pierdo de muchísima información muy rica para mí y para el proceso de mejora de esos perfiles ejecutivos. A través de la gestualidad de los rostros, consigo saber si fui poco claro o si un participante se perdió en alguna explicación.

Con la cámara apagada se evapora la empatía de una sonrisa frente a algún comentario que hice. Sin verlos, la interacción queda pulverizada.

Pierdo, por ejemplo, la conexión con esa madre que está con su hijo de cuatro años vestido con su disfraz del hombre araña en brazos, al que puedo integrar a la conversación preguntándole cómo se llama y produciendo un espacio de confianza con su madre, que ahora siente que no tiene que intentar ocultar las dificultades de su vida familiar. Si ella siente que no tiene que ocultar cosas delante de mí, pues entonces puede ser. Y eso es lo que más quiero: que sea.

Es posible que en la siguiente sesión, yo le pregunte cómo está “el hombre araña”, del cual ahora sé el nombre: ya estamos mucho más conectados. Si trabajo en temas de Storytelling es porque me interesan las historias y la camarita es mi posibilidad de ver más historias de mis interlocutores: si beben un batido, si tienen una planta que me gusta, etc.

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La pandemia ha sido y aún es lo suficientemente estresante como para tener que andar a la defensiva. Quien se tiene que defender, precisa de armas. Eso es estresante.

Somos interacción. Los seres humanos utilizamos desde el inicio de los tiempos los cinco sentidos para captar información del medio ambiente y dar una respuesta adecuada. La virtualidad nos dejó sólo con dos: la visión y la audición.

Apagar la cámara es limitar de un modo brutal nuestra posibilidad de conectar con los otros: de ser entendidos y entenderlos. Es deshumanizar nuestra comunicación aún un poco más que lo que ya lo hizo la pandemia.

La cámara apagada es una asesina de confianza. La mirada es uno de los sentidos que aporta más información al ser humano. Desde tiempos remotos, a partir de ella detectamos si alguien se presenta como agresivo y debemos defendernos, pero también a partir de ella podemos saber si alguien está triste y precisa de nuestra compañía.

La voz permite camuflar muchas cosas que la visión devela. No hay mayor evidencia de eso que el amor de dos personas. Decir “te amo” sin sentimiento no es tan complejo. Mirar a alguien extasiado, sin sentirlo, es algo bastante más difícil.

La mirada habla mucho mejor que la boca. Si queremos mostrarnos confiables y generar confianza en los demás, entonces debemos prender nuestras cámaras. Caso contrario, nuestras palabras, por más elocuentes que sean, se quedarán siempre cortas.

Nota del editor: Nicolás José Isola es filósofo, master en educación y PhD. Ha sido consultor de la Unesco, actualmente vive en Barcelona y es Coach Ejecutivo, Consultor en Desarrollo Humano y Especialista en Storytelling. Escríbele a nicolasjoseisola@gmail.com y síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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