Algunas agencias de relaciones públicas aumentan ese corsé narrativo, encasillando a los talentos en un discurso vetusto y poco dinámico. Algunas entrevistas parecen haber salido de un sistema aleatorio de nubes de palabras, hecho por un muy mal algoritmo. Las respuestas agotan de tan obvias. El temor a decir algo por fuera de la caja termina produciendo sopor.
La capacidad para narrarnos se ha tornado cada vez más y más relevante. A la vez, se torna más crucial diferenciarnos y poder decir cosas que vayan por otros lados que los habituales. Hay respuestas trilladas, explicaciones previsibles, giros que no sorprenden a nadie. Se ven los hilos a kilómetros.
Precisamos aceptar nuestra diversidad a la hora de contar historias. La riqueza de cada uno de nosotros se visibiliza de diferentes maneras y eso es lo más maravilloso. También podemos ser distintos al contarnos.
Cuando nuestras historias parecen todas sacadas del mismo cuento, cuando nos repetimos aburridamente, cuando nos quedamos en las orillas en vez de ir mar adentro, entonces algo de nosotros se diluye, no llega y no enamora.
El miedo al qué dirán, al cómo quedaré parado, al qué pensarán, puede parecer adolescente, pero es muy frecuente en líderes del C-Level de las corporaciones multinacionales. Muy.
Tapar ese temor no lleva a buen destino. Hay que hacer un proceso para reconocerlo y así buscar el modo de poder comunicar la diversidad que se tiene. Porque de eso se trata: de animarse a ser distinto, de trazar nuevas diagonales, de animarse a decir lo no dicho.
Exponerse, incluso sabiendo que la crítica es una potencial respuesta. Porque exponerse es siempre un riesgo. Por eso, exponerse es tarea de valientes.
¿Será que creemos de verdad que la diversidad es un valor? ¿O jugamos a subirnos a una especie de moda colectiva que no mira todas las implicancias del tema?