Es que dar feedback no siempre es fácil, sobre todo para personas a las cuales les cuesta decir las cosas de frente cuando tienen que hacerlo ante perfiles más emocionales o vulnerables. Hay muchos ejecutivos cobardes que no dan feedback. Temen enfrentarse a situaciones adversas en las cuales su interlocutor se sienta mal. Pero, a veces, el trabajo de un líder es decir las cosas como son para intentar ayudar a que la otra persona crezca.
Si esos puntos de mejora no se enuncian, el otro no puede crecer. Ayudar a que el otro vea lo que tiene que cambiar es central. Esto parece obvio pero infinidad de ejecutivos de multinacionales no lo hacen. Pero la cuenta a la larga se paga.
La falta de feedback en algún momento explota y, generalmente, no explota en los mejores momentos.
La falta de feedback es como una autopista sin señales: no hay modo de saber qué es lo que sigue.
Desde pequeños fuimos educados con temor a la evaluación. Eso hace que en la adultez muchos teman hacerlas y recibirlas. Aún resta mucho para poder ver en la evaluación de desempeño un lugar de crecimiento.
Son justamente las personas con debilidades las que más precisan de nuestro buen feedback: ellas precisan darse cuenta de cuáles son los puntos que deben mejorar, y lo precisan saber cuanto antes. Hoy.
El feedbak debería ser algo diario, semanal, mensual y anual. Debería ser la melodía que recorre nuestro pentagrama, los glóbulos rojos de nuestra sangre. Toda relación crece con un feedback que busca que el otro crezca.
Hay un dicho italiano que puede servirnos: “el médico piadoso hace que la herida se llene de pus”. Hay un momento en el que nuestro miedo a lastimar o herir al otro por nuestro feedback, ese otro que quizás tiene una vulnerabilidad muy grande, se transforma en una de las causas del problema. Nuestro silencio impide el cambio. Anula la esperanza.