Me puso a pensar, en lo que realmente estaba obteniendo de su comportamiento, probablemente enojada quería afectar a los demás; sin embargo, ella misma estaba dañando su entorno, pues como empleada de esa tienda seguramente ella misma usaría ese baño al menos un par de veces cada día.
Viendo esto desde una perspectiva más amplia, podríamos decir que lo mismo ocurre en nuestras empresas e incluso en nuestro país. Pensamos que saltarnos la fila, sacar provecho económico de alguna situación o incluso ahorrarme un trámite a través de un favor, es una muestra de viveza o de ser más listo, pero luego nos quejamos de que cada día tengamos más regulaciones y controles, creando más burocracia o simplemente “obligándonos” a dar mordida para todo.
Y al interior de las empresas pasa lo mismo; creamos ambientes de trabajo donde la única prioridad son los resultados y luego nos preguntamos por qué los colaboradores ¡no se ponen la camiseta! Por años hemos desarrollado una cultura de productividad, donde las eficiencias son premiadas; no obstante, cada vez se rompe más el equilibrio con lo humano.
¿Cómo funcionarían las empresas si lográramos (como algunas lo están haciendo) generar un equilibrio entre mejores condiciones para la gente y para el negocio?, ¿si lográramos que las personas conectadas auténticamente con lo que hacen encuentren en su trabajo una fuente de realización personal que los motivara a dar lo mejor? ¿Si esto no fuera solo un discurso sino una realidad?
Vivimos el entorno que creamos nosotros mismos.
La forma en que tratamos a las personas en las organizaciones es la misma en la que ellos tratan a sus tareas o a sus clientes, no le puedes pedir a alguien que dé una milla extra por tu negocio cuando tú no estás dispuesto a darla por esa persona.
Esto implica que muchas veces le pedimos al colaborador que “nos eche la mano”, que se quede más tiempo, que no salga de vacaciones, etc., pero cuando el trabajador tiene una situación personal que amerita apoyo le damos muchas vueltas o ¡queremos que nos traiga todas las evidencias! Y luego nos preguntamos ¿por qué las personas no confían en sus jefes y empresas?