Sin embargo, aunque el 7-M no dejó ningún saldo que lamentar, aún están dadas las condiciones para materializar una circunstancia lamentable.
Vamos por partes:
La aviación nunca ha sido prioridad para ningún gobierno. Ha sido, es y podría seguir siendo un títere político para impulsar magnos proyectos del presidente en turno. Fox pensó en Tizayuca, Hidalgo, para levantar un aeropuerto. Después, el gobierno adquirió un avión con Felipe Calderón que durante el siguiente sexenio fue usado por Enrique Peña Nieto, quien también arrancó la obra del aeropuerto en Texcoco, Estado de México. Ahora, la mira está puesta en el AIFA. Una historia rocambolesca.
Ahora bien, pensando con cabeza fría, algo bueno tiene esta historia: el incidente del 7-M en el AICM. Gracias a éste, lo que estaba debajo de la alfombra apareció: la precaria situación laboral de controladores aéreos, el dominio de algunas aerolíneas comerciales; así como las equivocaciones, omisiones y empecinamiento de las autoridades en la gestión y desarrollo del AICM y recientemente del AIFA.
De acuerdo con testimonios recabados para nutrir esta historia, a partir del rediseño del espacio aéreo, registrado en marzo de 2021, los incidentes tomaron vuelo; es decir, pilotos y controladores aéreos ya habían advertido de la posibilidad de que algo podría ocurrir en un despegue o en un aterrizaje en el AICM. Era cuestión de tiempo.
Tuvieron que venir los llamados de alerta de organismos internacionales para evitar que el caos persistiera. Sin embargo, la preocupación persiste y no se observa con claridad de qué forma pueden operar el AICM y el AIFA.
El mercado, la demanda, la proximidad, todo, hace que el AICM siga siendo, a pesar de lo que digan, el aeropuerto que puede cubrir la demanda del Valle de México. El AICM es la gallina de los huevos de oro. Además, los estudios serios arrojan que no caben los dos aeropuertos a su máxima capacidad. La conectividad del AICM es tal que mueve al año más de 51 millones de pasajeros y, eso, para las aerolíneas es un gran negocio.
Así, las mismas fuentes consultadas sostienen que, detrás de todo esto, también hay una historia de poder, intereses, conveniencias, presiones. ¿Quién puede tomar en serio un aeropuerto, como el AIFA, donde nadie puede llegar? En apariencia, nadie.
Las empresas, se dice, también tienen sus grados de responsabilidad. Ellas, sostienen las fuentes, incidieron en el caos en el AICM, al repartirse -sobre todo las que cuentan con mayor participación de mercado- los itinerarios. El negocio ante todo. Por otro lado, también se habla de la instrumentación de un (perverso) proceso de estar creando caos en el AICM para ver si así se provoca que pasajeros y aerolíneas vayan a Santa Lucía.