Somos percibidos todo el tiempo por la manera en la que nos vemos, pero también por el modo de hablar o las emociones que despertamos al interactuar con pares.
Nuestras conductas, posturas y actitudes emiten mensajes que son digeridos por las personas con las que establecemos contacto y forjamos relaciones de cualquier tipo.
Así, nuestra imagen se encuentra en la mente de quienes tratan con nosotros y, por supuesto, puede haber diferentes opiniones, positivas o negativas. Sin embargo, sí es posible crear tendencias de aceptación en el ámbito social, profesional o político: la Imagen Pública como objeto de estudio, se encarga de desarrollar estrategias puntuales para tan relevante cometido.
El primer paso es ser conscientes de las propias cualidades y limitaciones. Lo anterior permite potenciar las fortalezas y minimizar las debilidades identificadas.
Conviene mencionar que, para efectos de imagen, se aviva el dilema entre el “ser” y el “parecer”. Pues bien, el consenso en esta ciencia social nos dice que, para lograr una percepción positiva, no basta con ser, sino que además debemos parecer.
Aquí viene la revalorización de las apariencias como aliadas certeras.
Por ejemplo, quizá no sea suficiente para un consultor financiero, el tener gran experticia en la rama, si no muestra a sus clientes una imagen profesional adecuada en su vestimenta, área de trabajo y trato atento.
Para mayor probabilidad de éxito, es necesario complementar el ser con el parecer. Se aclara que el parecer sin ser en realidad es una pésima apuesta, ya que seguramente el engaño será descubierto, menoscabando la reputación.
Disponer de una imagen personal óptima nos acercará a nuestras metas y nos hará sentir más plenos.
No subestimemos el poder de la percepción en nuestras vidas, ni caigamos en el error de pensar que se trata únicamente de temas superficiales que tienen que ver con el modo de vestir o de caminar. De hecho, en gran medida la forma en la que somos percibidos se relaciona con los valores que transmitimos, así como la congruencia manifestada y la confianza inspirada.
La armonía y coincidencia entre el pensamiento, la palabra y la acción de un individuo, es garantía de aceptación. Esta se trabaja día con día; es una carrera de resistencia, no de velocidad.
Desde luego, todo lo enunciado anteriormente, es aplicable a la empresa o la institución pública. Claramente, las corporaciones también cuentan con una imagen pública que debe ser construida para generar percepciones favorables, con el propósito de captar clientes, establecer alianzas estratégicas, y alcanzar metas trazadas.
En la era contemporánea, el consumidor es cada vez más consciente de la reputación de las empresas que ofrecen productos o servicios, y las marcas con una imagen pulcra son aquellas que logran posicionarse en el mercado de manera sólida.