Naturalmente, si eso sucede en la République, lo que acontece en el resto de ese continente no es esperanzador. Alemania dio a conocer hace unos días que una parte de su estratégico puerto de Hamburgo sería adquirida por Cosco Shipping, una de las navieras más grandes del mundo de propiedad estatal china. Parece que el discurso de no favorecer a gobiernos autoritarios no aplica cuando de intereses económicos se trata.
En Italia ganó un gobierno de ultraderecha que sin tapujos reivindica doctrinas fascistas del pasado; en Polonia y Hungría sus gobiernos están encabezados por líderes ultraconservadores que no se han mostrado para nada propensos a defender la democracia. Ya ni hablar de la guerra que tienen en el este o de la vergüenza británica. El racismo, el pragmatismo económico, y las fuerzas políticas conservadoras erosionan la imagen de Europa ante el resto del mundo.
El contraste con lo que pasa ahora en América Latina es notable. Las posturas políticas progresistas dominan la región, Colombia por primera vez en su historia tiene un gobierno de izquierda y también por primera vez los países más importantes del continente coinciden en su posición política. Las narrativas se llenan de palabras como transformación, reconciliación, mesas de diálogo, pacificación o justicia.
No quiero que se me mal interprete. América Latica continúa sofocada por innumerables problemas que en Europa llevan décadas de no presenciar. Sin embargo, considero que el futuro de la democracia como sistema de vida y el destino del mundo liberal ya no recae únicamente en Occidente, sino que, posiblemente por primera vez, comparten esa tarea con el sur global.
Sin afán de sonar pretencioso, hay elementos de los que bien podrían considerar los europeos dejando de lado todo posible prejuicio. Con regularidad se califica de “populistas” a algunos gobiernos latinoamericanos, pero si se le otorgara seriedad a su análisis, se podrían identificar en ellos novedosos mecanismos de comunicación entre autoridades y gobernados.
La política es comunicación y numerosos problemas que enfrentan las democracias europeas derivan de su imposibilidad de conectar sus narrativas con la población. Quizá revisar con compromiso lo que pasa de este lado de Atlántico abriría el panorama creativo de los gobernantes europeos.