Uno de los efectos profundamente adversos, por no tener o no contemplar un objetivo central en cualquier sistema, es que las partes individuales que lo conforman se movilicen en direcciones contrarias y asíncronas llevando a la autodestrucción.
En el caso de los seres vivientes, tenemos un problema particularmente retador. Las tendencias de comportamiento genéticamente programadas —mejor conocidas como instintos— aunque significan ventajas de supervivencia que nos han permitido llegar hasta aquí, nos motivan a luchar de forma egoísta entre nosotros: privilegiando la prevalencia individual sobre la colectiva. Esto último no es un error metódico, sino todo lo contrario, la competencia entre partes nos dota de fortalezas grupales. Al final de cuentas, los instintos y todas las facultades fisiológicas y psicológicas (emociones, razón, creatividad, etc.) son instrumentos diseñados para favorecer las posibilidades de resistir y prevalecer de la vida frente a una existencia naturalmente caótica.
Consecuentemente, encontramos un pilar crucial, ni más ni menos que el imperativo germinal y meta primaria, que responde por qué somos y hacemos lo que hacemos desde una perspectiva biológica.
La situación se ha desequilibrado debido a la inmensa potencia que ha ganado el Homo sapiens en las últimas décadas. El ímpetu egoísta amenaza actualmente la resistencia del planeta entero—posiblemente el único bastión vital en el universo.
Todo lo anterior, explica puntualmente el error de la política, tecnología, economía y prácticamente cualquier estructura construida con la interacción humana. También, explica el origen de las patologías psicológicas prevalentes en la sociedad contemporánea (depresión, ansiedad, etc.). Si no entendemos cómo y para qué estamos diseñados nos encontramos fundamentalmente rotos y en caída libre hacia la vacuidad. En cambio, cuando comprendemos la lucha común, nos llenamos de inteligencia, eficiencia y recompensas.
Con respecto a la mayoría de los políticos, no hay ejemplo más didáctico sobre los grandes peligros. El deseo instintivo de poder (o condicionamiento etológico de territorialidad), configurado filogenéticamente en cada uno de nosotros, ha adquirido un carácter desmedido y altamente destructivo para todos. Por esta razón es tan relevante descentralizar el poder con modelos democráticos.Sobre las nuevas tecnologías, al igual que los recursos humanos, se trata de herramientas que pueden ser usadas con fines favorables o contrarios. En un mundo principalmente egoísta, se vuelven una bomba de tiempo; en cambio, en una sociedad compasiva e inteligente son fuente de colosales beneficios.