La entrega de poder se ocultó tras escandalosas persecuciones a los tricolores y a sus financiadores, dando pasó a una alternancia que se pactó en un escritorio, antes de ser confirmada en las urnas. La aplanadora funcionó, pero ya no en favor de la opción de siempre.
Fox tuvo la singular y excepcional alza de precios del petróleo, que le permitió apagar a billetazos las pifias que provenían de un gabinete integrado, en su mayoría, por inexpertos empresarios que llegaron a aprender sobre gestión pública. No formó un grupo político, su equipo se diluyó tan pronto como se le subió a los bigotes Calderón.
El ajuste hecho a finales del gobierno de Zedillo liberó enormes presiones acumuladas en diversos sectores, sin embargo, dejó para después asuntos que a la fecha no encuentran arreglo, destacando el déficit en los sistemas de pensiones.
Calderón, al saberse sin experiencia ni preparación financiera, se entregó sin recato a los vástagos de Chicago, dejándoles operar a sus anchas. Lo suyo, pensaba él, era consolidar a su partido, cosa que no supo, ni pudo hacer. Lo de la guerra al narco fue efectivamente circunstancial, ya que, el enorme temor que le ocasionaba la amenaza de ser defenestrado por un movimiento social le hizo buscar una excusa para poner al Ejército a las calles. Claro, a la larga, una decisión de tal calibre marcó su gestión.
A él lo acompañaron la influenza, y, otra vez, un problema de sobrevaluación, pero ahora, respecto de activos generados en el exterior, las hipotecas subprime, que mermaron la capacidad de financiera de los inversionistas institucionales, cuya actividad resultaba sustancial en los mercados nacionales. No convenció y sacó al PAN de los Pinos.
Peña, ante la debacle de popularidad, prefirió evitar enfrentarse con la partidocracia, haciendo lo necesario para que el favorito en las encuestas le permitiera abandonar el país libre de cuestionamientos reales, o sea, sin acusaciones formales que pudieran ponerlo en el banquillo.
A todo esto, es oportuno preguntarnos si detectamos circunstancias que hayan resultado, en el pasado, componentes de una crisis. Es decir, si existe un equipo hacendario presa de la inercia administrativa, en el que los intermediarios han encontrado la forma de sobrevaluar los activos, decretando espectaculares ganancias. También, si es de considerar que, los otrora potentes inversionistas institucionales, enfrentan un complicado panorama.
Despejadas esas dudas, habrá que cuestionarse si el partido oficial ha generado un proceso de selección que necesariamente enfrentará a huestes que, durante un largo tiempo, han asumido que la candidatura era suya.
Contando con tan relevantes referentes, habrá que valorar si el nuevo oro negro, las remesas, llegarán sin demora y en cantidad siempre creciente, considerando que el país en el que se originan no vive sus mejores años, así como que siempre habrá un país más necesitado que ofrezca garantías que ya no son creíbles de quien va de salida.
En otras palabras, si no existe sobrevaluación de activos financieros; si el principal ingreso del país será estable; si no existen inconformidades regionales que puedan brindar el entorno de caos que beneficia a las actividades del crimen organizado; si se ha acumulado presión en la base financiera de los sistemas de salud y previsión social, así como si el sector exportador podrá seguir fondeando costos de un proceso golpeado por un peso valuado de manera optimista, por decir lo menos.
Ganada la tranquilidad que darán las respuestas, sólo habrá que esclarecer si acaso los cárteles también tendrían preferencia por el mismo precandidato, y si, al no verlo ungido, se mantendrán en calma.
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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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