En un mundo donde las sombras del cambio climático y la degradación ambiental amenazan nuestra existencia (aunque todavía muchos no lo crean), en un planeta en el que las grandes naciones industrializadas luchan con las cargas de la sobreexplotación y el consumismo desenfrenado, América Latina puede emerger como un faro de esperanza y un ejemplo, somos una región con un potencial único para liderar el cambio hacía una era de sostenibilidad global.
Nuestro subdesarrollo, lejos de ser una desventaja, ahora es una oportunidad invaluable. Es precisamente esta situación la que nos brinda la oportunidad de trazar un nuevo camino que aprenda de los errores de otras regiones, que no siga ciegamente su huella y que abrace una visión audaz que beneficie a generaciones presentes y futuras.
De este lado de nuestro planeta podemos tejer un mañana donde la sostenibilidad y la equidad fluyan en cada decisión que tomemos. Nuestra historia de superación y perseverancia es nuestra base y ahora, como una joya en bruto, tenemos la oportunidad de convertirnos en la” Tierra Prometida” que el mundo anhela, un lugar donde la armonía entre humanidad y naturaleza, más que un sueño, sea una realidad palpable.
Datos concretos respaldan esta afirmación: en la actualidad, nuestra región representa aproximadamente sólo el 8 % de las emisiones globales de CO2, una cifra sustancialmente menor en comparación con las regiones más industrializadas. Además, Latinoamérica alberga un tercio de los bosques tropicales del planeta, actuando como un poderoso sumidero de carbono.
Somos también líderes en la generación de energía renovable con un crecimiento del 67 % en capacidad solar y eólica en los últimos años y, sobre todo, tenemos en el jardín de nuestra casa uno de los pulmones más importantes de la Tierra, el Amazonas, que desempeña un papel esencial en la regulación del clima global, la absorción de carbono y la conservación de la biodiversidad.
Sin embargo, no podemos permitirnos descansar en estas estadísticas. Sabemos que los efectos del cambio climático no conocen fronteras y afectan a todas las naciones, independientemente de su nivel de desarrollo. Debemos enfrentar con determinación y acción colectiva la persistente amenaza que representan la deforestación de nuestros bosques y la impunidad de quienes la realizan; y acelerar nuestros esfuerzos en la exploración del potencial de la energía eólica, geotérmica y de biomasa.