El panorama no es muy alentador cuando nos enfrentamos al uso excesivo de combustibles fósiles -80% del consumo de energía-, a desastres naturales como incendios forestales o inundaciones, consecuencia innegable del aumento en las temperaturas, y a la desigualdad que aún hoy existe en el ámbito energético.
Pero, ¿qué implica una acción conjunta que signifique, si no un cambio, sí al menos una respuesta coherente ante la situación que hoy vivimos? Desde mi punto de vista, los gobiernos tienen un papel crucial que desempeñar en la lucha contra la ebullición climática. La adopción de políticas ambiciosas de reducción de emisiones, la promoción de energías limpias y la inversión en infraestructura sostenible son pasos ineludibles.
Además, cada persona también tiene el poder de contribuir al cambio. Desde adoptar prácticas de consumo sostenible hasta reducir la huella de carbono, las elecciones cotidianas pueden tener un impacto significativo. La educación y la sensibilización son vitales para empoderar a las personas a tomar decisiones informadas y responsables.
Las empresas también desempeñan un papel clave. La transición hacia prácticas comerciales sostenibles, la inversión en tecnologías limpias y la adopción de operaciones bajas en huella de carbono o definitivamente carbono neutras son pasos esenciales.
Si abordamos esta nueva era desde una visión tripartita, asumiendo la responsabilidad conjunta y con plena conciencia de que un acto local afecta también a la globalidad, tendremos una oportunidad más real de combatir los efectos que nosotros mismos hemos provocado en el mundo.
Lamentablemente, lo anterior requiere una cualidad de la que muchas veces carecemos los seres humanos: la honestidad. Ser transparentes con nuestras mediciones y aceptar, con todo lo que esto implica, los valores numéricos reales derivados de nuestra actividad, por ejemplo, nuestra huella de carbono o la cantidad de agua que consumimos será una de las barreras a vencer.