Por otra parte, la descalificación sumaria y total de los activistas climáticos, por parte de los defensores de la industria petrolera, me parece muy sospechosa. De ellos me ha tocado escuchar que hay una confabulación masiva dentro de la comunidad científica para apoyar la masificación de las energías renovables y los automóviles eléctricos. ¿Por qué? Evidentemente, según sus acusadores, reciben un flujo abundante de caja por parte de las empresas de energías renovables. Ni las peticiones de principio (“Porque la Ciencia lo dice”) ni las teorías conspiratorias (“Los científicos están vendidos”) son aceptables para abordar un problema tan preocupante ‘—especialmente para las personas cuya capacidad de resguardo a las catástrofes climáticas es limitada o, de plano nula.
Por desdicha, mi formación en las ciencias sociales y en el derecho impiden que llegue a conclusiones inamovibles ni sobre la existencia del calentamiento global ni de sus orígenes antropogénicos. Lo que mis capacidades me permiten es leer, escuchar y reflexionar sobre lo que saben --no lo que “opinan”--= científicos (de ambos sexos, lógicamente) sobre el calentamiento global. Y no es cosa de números. Si de censos de trata, he hallado un consenso más grande y poderoso de científicos que afirman sin titubear que el cambio climático existe y que es de origen antropogénico; es decir, que los seres humanos lo causamos por haber inyectado toneladas inconmensurables de CO2 a la atmósfera desde la revolución industrial. Sin embargo, también me he topado con más fanáticos que con gente pensante en mi ya no tan corta vida. Al tocar la puerta del último trienio de la misma, he confirmado que los disidentes pueden tener más razón que las multitudes. Pero no siempre.
Entonces, ¿a quién le creo? ¿A Mario Molina? --Premio Nobel de Química y abanderado contra el cambio climático y de sus orígenes antropogénicos— ¿O a John Clauser? --Premio Nobel de Física y detractor de los mismos. Ustedes, mis nunca suficientemente queridos y ponderados lectores, díganme, pues, por cuestionar, me siento perdida.
En un acto de fe, asumiré que el cambio climático es un hecho y que nosotros –consciente e inconscientemente-- lo hemos causado. De ser así, hay que disminuir las emisiones de CO2 sustancialmente. Eso, según algunos, implica una reducción radical en el uso de hidrocarburos lo cual podría en todo caso concebirse en la generación de electricidad, pero no es remotamente visible en la manufactura, muchísimos bienes de consumo y el transporte pesado.
Por otra parte, no hay que cerrarse a las “disrupciones” tecnológicas pero sería un error grave ignorar sus costos. De eso sí tengo certeza: el abandono acelerado del petróleo y sus derivados, si la nuestra es una vida moderna y sin carencias, en el mejor de los escenarios es un sueño de opio, y en el peor de ellos sería costosísimo.